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lunes, 30 de julio de 2012

PLAN «REFORMISTA» DE INVOLUCIÓN

Las medidas económicas, sociales y políticas adoptadas por el Gobierno del PP no son gratuitas ni caprichosas; simplemente responden a una estrategia oculta bien definida por su cúpula ideológica, aunque el resto del partido la ignore y se limite a difundir el argumentario que le dicta su directiva, y que consiste en cambiar la sociedad. Eso es a lo que Rajoy llama su «programa reformista», eufemismo por el que pretende presentar como centrista la concreción de un plan de «involución», regresivo y reaccionario, expresamente diseñado para desmontar los avances socialdemócratas que se habían venido produciendo en nuestro país en los últimos treinta años.
Tal estrategia del capitalismo neoliberal no se sufre únicamente en nuestro país y en este momento histórico, sino que viene de lejos y de otros lugares.
La crisis del 29, como consecuencia del estallido de la burbuja especulativa y de la superproducción industrial, solo se superó definitivamente con una guerra mundial que costó 60 millones de muertos y cerca de 1,5 billones de dólares. En ella, tres sistemas político-ideológicos entraron en conflicto: el nazi-fascismo, el estalinismo y el capitalismo liberal. Pero la guerra lanzó la producción, empujada por la industria militar, lo que contribuyó a que el capitalismo liberal, que por razones tácticas había apoyado alternativamente a los otros dos sistemas, aunque con el objetivo último de acabar con ellos, comenzara a superar su propia crisis. El nazi-fascismo murió con el final de la guerra; el estalinismo y sus sucesores terminaron como consecuencia de la guerra fría y con la caída del muro de Berlín.
La Segunda Guerra Mundial no hizo sino reafirmar la hegemonía estadounidense en el mundo, que ya había comenzado a partir de la Primera Guerra, y lastrar el crecimiento europeo, condicionado, a partir de entonces, por su dependencia de los EE.UU.; así llegó la reconstrucción, el Plan Marshall y el enriquecimiento del gran capitalismo industrial, aunque también se produjo un desarrollo de la socialdemocracia y de los servicios públicos allí donde esta se hizo con el poder político, es decir, en algunos países del norte de Europa, en una primera fase, luego en Inglaterra con las aportaciones del laborismo inglés y en Alemania con las del SPD y, ya en los ochenta, en los países del sur de Europa (Francia, España, Italia, Grecia, Portugal). De esa manera, la socialdemocracia, que, aun sin cuestionar básicamente el sistema capitalista, sí pugnaba por limar sus aristas más antisociales, se convirtió en una «mala» referencia para el resto de países, donde los pueblos exigieron más y mejores servicios (y, por tanto, un trasvase, vía impuestos, de capital privado al sector público).
Estos avances innegables de las políticas socialdemócratas suscitaron una fuerte, y en ocasiones violenta, reacción neoliberal, representada por el thatcherismo y el reaganismo y con un aliado de primer orden en el terreno de las ideas políticas: el Estado Vaticano de Juan Pablo II. Sus políticas económicas se caracterizaron por la desregulari­zación del sector financiero, la flexibilización del mercado laboral, la privatiza­ción de empresas públicas y la reducción del poder de los sindicatos. Todo ello se vio favorecido con la caída del muro de Berlín y el final del llamado «socialismo real» de los países del este de Europa, con lo que el capitalismo, ya sin el contrapeso soviético de la guerra fría, va a tomar impulso en la última década del XX y, embriagado de victoria, se «desmadrará» a principios del XXI con Bush y su belicismo descontrolado, que en España encontrará en el gobierno de Aznar un fiel colaborador, no solo en su política belicista, sino también en su estrategia de desregulación económica, que, mediante la liberalización del suelo, creará las bases para el crecimiento de la burbuja inmobiliaria.
La crisis actual, que comienza en 2007, precisa de otras recetas, porque el capitalismo financiero, que es ahora el hegemónico y el que la ha provocado como consecuencia de una «superproducción» de los créditos basura ligada a la explosión de la burbuja inmobiliaria y especulativa, no quiere arriesgar su estabilidad con otra guerra en Europa y, además, sabe que los pueblos de Occidente no lo tolerarían hoy (tras la guerra en los Balcanes, las protestas contra la de Irak se lo dejaron meridianamente claro); a pesar de esto, de vez en cuando se arriesga con guerras locales, sin apenas costes en vidas humanas para sus países, como en Libia, por ejemplo, o en Afganistán, a fin de estimular su industria militar y controlar la producción petrolífera del mundo. Además, tampoco está dispuesto a aceptar la salida socialdemócrata, con trasvases de lo privado a lo público. El capitalismo financiero, para superar su propia crisis y seguir multiplicando sus beneficios (en el último año, por ejemplo, tan crítico para la economía española, las 35 empresas del Ibex 35 han incrementado sus beneficios un 5 %, y en la misma proporción, sus ejecutivos han mejorado sus retribuciones, y eso por no hablar de los pingües beneficios de los banqueros alemanes y de la City londinense), se ha propuesto los siguientes objetivos:
1.   Acabar con los gobiernos socialdemócratas del norte y del sur de Europa, y particularmente con el zapaterismo, que, al margen del propio Zapatero (sin herramientas ideológicas para aguantar el embate neoliberal), se estaba convirtiendo en una peligrosa referencia europea en el plano de los servicios sociales y de las libertades.
2.  Trasvasar el capital público al sector privado y, en concreto, a la banca y a las grandes multinacionales con ella conchabadas. Para ello, se trata de convertir estos países en gigantescas factorías generadoras de capital con mano de obra muy cualificada mediante una formación sufragada con dinero público, y muy pobremente remunerada, sin embargo, por el capital privado.
3.  Conseguir unas clases trabajadoras mal remuneradas y sin capacidad de respuesta y unas clases medias dispuestas a permitir el citado trasvase de capital, desideologizadas y acríticas frente a su progresivo empobrecimiento; en definitiva, una mano de obra barata, dócil y amedrentada.
4.  Propiciar la llegada de gobiernos títeres en los países presuntamente menos controlables (sur de Europa), tras la caída de los anteriores (España, Portugal), incapaces de resistir las presiones financieras, o sencillamente imponiendo al frente de los mismos técnicos que representen fielmente los intereses de las grandes corporaciones financieras (Italia, Grecia antes de las últimas elecciones), prueba inequívoca, por cierto, de que los neoliberales no muestran el más mínimo reparo en descapitalizar la democracia. En el terreno económico, las políticas coyunturales de estos gobiernos deberán basarse fundamentalmente en recortar gastos y en no aumentar los ingresos que pudieran obtenerse actuando sobre los grandes capitales, hasta el punto de que, en España, por ejemplo, el gobierno del PP no solo renuncia a una lucha decidida contra la evasión de capitales y contra el fraude fiscal, sino que «recompensa» a los defraudadores con la amnistía.
5.  Aumentar sus beneficios a base de transacciones de capital y movimientos especulativos. Se trata de sacralizar, pues, la libertad de movimiento para los capitales, al tiempo que se restringe la de los ciudadanos.
Naturalmente, todo esto implica un cambio en el modelo de sociedad, que es el gran objetivo estratégico del PP español, pero también el de los conservadores de Cameron y de Merkel: menos Estado, menos democracia, menores controles públicos, sindicatos y partidos más débiles, pueblos más amedrentados y dóciles, más capital para la banca, porque a más capital, más poder, y más hegemonía política de los poderes financieros a través de gobiernos títeres. En nuestro país, todo esto se concreta en las siguientes medidas y proyectos:
1.       Menos Estado: proceso imparable de privatizaciones masivas y estratégicas, de disminución del número de empleados públicos y de reducción dramática de los servicios públicos en beneficio de los privados: transportes, puertos y aeropuertos, sanidad, educación, dependencia, pensiones, prestaciones por el desempleo. Pero algo de Estado, el imprescindible para socializar, en su caso, las posibles pérdidas del sistema financiero.
2.      Menos democracia: mantenimiento de leyes electorales no muy democráticas, disminución del control parlamentario, proliferación de los decretos ley, monopolización de los medios de comunicación, reducción del número de representantes populares (con especial incidencia en la representación de los partidos minoritarios, que tenderán a desaparecer), aumento de la representación indirecta (Diputaciones) en detrimento de la directa (Ayuntamientos y Comunidades), disminución de los representantes sindicales y de la negociación colectiva hasta conseguir una menor capacidad de organización y respuesta de las clases trabajadoras, corporativización de las instituciones (CGPJ), mantenimiento de un poder judicial que continúa sin «emanar del pueblo». A esto hay que sumar unas fuerzas antidisturbios cada vez más agresivas, a lo que probablemente le seguirán un reforzamiento de las mismas y unas leyes restrictivas de los derechos de manifestación, reunión y expresión.
3.      Empobrecimiento progresivo de las dos terceras partes de la población (de clase media-media para abajo) a cambio de un aumento imparable del capital financiero y de sus beneficios, lo que inevitablemente conducirá a incrementar las diferencias entre ricos y pobres, muchos de los cuales se verán abocados a la exclusión social. 
4.      Implantación de una economía especulativa para el beneficio exclusivo del capital financiero internacional, representado por «los mercados».
Los mercados, la prima de riesgo, la bolsa no son más que la justificación a la que recurren los gobiernos títeres para privatizar el Estado y trasvasar todo el capital a la banca. Para mantener la apariencia de que todo se debe a la necesidad de afrontar el pago de la deuda multimillonaria de los países, las instituciones europeas alimentan el espejismo de que nos ayudarán a cambio de recortes salvajes, y los gobiernos títeres, como el del PP español, defienden la falsa idea de que aceptan el juego consistente en que hay que recortar y realizar las citadas transformaciones (¡ojo, algunas no suponen ningún ahorro económico; por ejemplo, la elección de jueces, la eliminación de concejales en poblaciones pequeñas o el cambio en el estatuto que regula la RTV pública!) para afrontar los pagos de la deuda. Pero los llamados «mercados» no van a parar hasta que no culmine todo el proceso de privatización.
En España, el gobierno del PP, justificándose en la herencia recibida y en la aplastante mayoría absoluta que la ciudadanía, fraudulentamente engañada por una política de oposición y un programa electoral diametralmente opuestos a lo realizado una vez en el poder, no es sino el gobierno-títere que ha de llevar a cabo el «plan reformista de involución» diseñado para nuestro país por el capitalismo financiero, y contra el que debemos luchar con la legitimidad de botar a los mentirosos vendepatrias que hoy por desgracia nos gobiernan.
                                                                                                                                         
                                                                             

Vincent de Larra 

viernes, 6 de julio de 2012

ROMANCE DE LOS CASADOS INFIELES

                       I

María Elena era su nombre,
María Elena, mar y playa,
María Elena, mar sirena.
María Elena de mi alma,
que el día en que nos casamos,
su noche, su madrugada,
fuimos felices los dos,
tú en mi lecho y yo en tu cama.
Y cada vez que al teclado,
imprudente, se sentaba,
en su magín emergían,
¡ay conciencia!, estas palabras
que en las crestas de su pulso,
como dardos, la aguijaban.

                       II

Pero ya no podía más,
todo me importaba un bledo:
las siete de la mañana,
el bollo y el café expreso,
las recetas de la tele,
los telediarios, el tiempo,
los seriales, las tertulias,
el fútbol, los cotilleos,
el vendedor de promesas,
las sorpresas del cartero,
los noviazgos de sus hijas,
sus cuitas, sus devaneos,
los noviazgos de mi hijo
—burlador, jeta, torero—,
y el curro de Marco Antonio:
lejos de casa, disperso,
sin fin hasta luz de luna,
acidez, ronquido, muermo
y un despertador, tic-tac,
maldito ladrón del sueño.

                       III

Por eso se decidió:
biblioteca, muchas horas,
navegación, blogs, webs santas,
magia de teclas y bola,
números, control-alt, supra,
el misterio y una ola
de intriga y sensualidad,
a las cinco, terca hora,
fiebre a las cinco, a las cinco,
palabras que, cuando asombran
el blanco de la pantalla,
me turban, me desmoronan,
el corazón se despeña
y la sangre se desboca.

                       IV

«Y dicen que está muy cerca
de Barajas, y escondido,
que reina la discreción,
que es el mejor escondrijo
para amantes internautas,
elegantes, sin marido,
elegantes, sin esposa,
elegantes, y sin niños,
que el primer viernes del mes
quieran estrenar un nido,
nido de amor y de flores,
con jacuzzi, cava y vino.
Allí quedamos, si quieres,
a las siete. Con cariño».
Y entonces degustaremos,
Lorenzo, bien escondidos,
la ambrosía de los labios
y el néctar de los ombligos.

                       V

A las cinco de la tarde,
Marco Antonio cierra el Excel:
se acabó ya la función,
a estas horas no se vende,
pero hay que ocupar el tiempo,
por si acaso llega el jefe.
Y si llega, sólo un clic
para cerrar presto el messenger.
Pero se rompe la siesta;
me llama, mas nunca viene.
Y como todos los días,
conversará con Penélope.
Le gusta cuanto le escribe,
con sus cosas se divierte.
En cambio, con María Elena,
en los tres últimos meses,
no me he jalado una rosca,
ni me he dado un mal filete.
«Me parece bien, de acuerdo,
quedamos para este viernes.
Conozco el sitio. Un amigo
me ha hablado de él. A las siete».

                       VI

A las siete de la tarde,
un viernes de enero blanco,
al garaje del hotel,
cauteloso, ha penetrado.
En media hora, Penélope
vendrá a las doscientas cuatro,
que no hay quien quite a la cita
media hora de retraso;
mas en albornoz, con cava,
feliz la estaré esperando,
y le diré con un beso:
«quítate de encima el hato,
toma una copa de cava
y juguemos un buen rato».
Llegadas las siete y media,
en efecto, hay contacto:
tres golpecitos modosos
en la puerta. ¡Sobresalto!
Mas Felipe, controlándose,
a la puerta se ha arrimado,
el albornoz entreabierto
y el deseo redoblado.

                       VII

Ya siento las vibraciones
que vienen de la madera,
y el sudor de las axilas
y el picor en las orejas
me anuncian que, en esta noche,
tocaremos las estrellas,
nos beberemos la luna,
viajaremos en cometas,
llegaremos al cenit,
a lo más alto, a la cresta
de la pasión y el amor,
la locura, la belleza,
la fiebre, la risa, el llanto,
la alegría o la tristeza,
el nacimiento de Venus,
la madura adolescencia,
las caricias de las ninfas,
el sabor de las cerezas,
la fragancia de las flores,
entre violines y perlas,
porque contigo, Penélope,
daremos con la manera
de ser felices los viernes,
aunque el resto no se pueda.

VIII

¡Ya presiento tu presencia,
Lorenzo, mi amor, mi vida,
tras la puerta que separa
tu desazón de la mía,
y que me sobra, me estorba,
me distancia, me castiga,
que los segundos son siglos
cuando la fiebre se empina,
y yo ya no me conformo,
no soporto las mentiras
de teclados, de ratones
o de pantallas furtivas,
ni lo de dar al espejo
los gestos que a ti daría,
de lanzar besos al aire,
de hacer al aire caricias!
¡Quiero tu cuerpo, Lorenzo,
que en el mío se derrita!

                       IX

«¡Penélope!» «¡Madre mía!»
«¡Lorenzo!»  «¡Ahí va, mi madre!»
«¡Si yo pensaba que tú...!»
«¡Y yo, que tú por la tarde...!»
«¡Así que, cuando salía,
el ordenador delante,
las horas las dedicabas
a concertar con tu amante
una cita clandestina
en clandestinos parajes,
para endosar unos cuernos
a tu marido! ¡Diantre!»
«¡Y tú, cuando yo te hacía
trabajando, sin escape,
en tu oficina siniestra,
cual esclavo miserable,
por cuatro malditas perras,
a destajo, por las tardes,
ligabas con una zorra,
y para luego endilgarle
a tu mujer unos cuernos,
te citabas con tu amante
en este hotel de pecados
y delitos deleznables!»

                       X
Dieciséis horas más tarde,
María Elena y Marco Antonio
en la casa familiar
se han quedado los dos solos:
ni su hijo, ni sus hijas
violarán su dormitorio,
pues se han ido a la montaña
con su novia y con sus novios.
Siendo, pues, las doce en punto
en noche de Capricornio,
los dos amantes adúlteros
se tornan fieles esposos:
María Elena no es Penélope;
ni Lorenzo, Marco Antonio;
Penélope es María Elena
y Lorenzo, Marco Antonio.
Por tanto, puede afirmarse
que, en este relato histórico,
una enseñanza subyace
sin tapujos, sin adornos:
«lo que te enfermó te sana»,
que dijo el ilustre anónimo;
porque el correo y el chat,
con su poder misterioso,
de esposos hacen amantes,
mas, antes que tarde, pronto
echan a los pecadores
al brazo el uno del otro.
Y así todo terminó,
no en ruptura, no en enojo,
sino en reconciliación,
al notar con alborozo,
que volvieron a elegirse
uno a la otra y la otra al otro.

¡Y colorín colorado
este cuento ha terminado!

martes, 3 de julio de 2012

LO SOLO DEL ANIMAL

Olvido García Valdés
Tusquets, 2012

 En Lo solo del animal, de Olvido García Valdés, (Premio Nacional de Poesía, 2007, por Y todos estábamos vivos), la observación sugerente de la realidad, la narración silenciosa de lo cotidiano y la reflexión sobre la existencia resultan ingredientes sabiamente mezclados por su autora para obtener una obra de un raro lirismo que invita al recogimiento y a escuchar los sonidos interiores, aquellos que hablan de la vida y de la muerte, de la enfermedad, o del dolor, y del bienestar que proporciona la contemplación de animales y plantas, o la charla, en un retiro sereno y apacible, con amigos o con escritores y artistas singulares. Los contrastes entre una felicidad que «requiere... un esfuerzo / en el que persistir, la vida breve» [33] y un «destino para lo /  fatídico..., para lo fatal y lo bueno» [159], entre la memoria nietzscheana de «lo que no cesa de doler» [37] y el recuerdo rousseliano de «haber sido feliz cuando niño» [61], evocan, en mi opinión, aquel «vivir es morir viviendo» del Barroco español, que nuestra autora reconduce hacia un «tu vida crece / viéndote desaparecer» [199].
Por otra parte, Olvido García Valdés se manifiesta extremadamente valiente en el uso del lenguaje, de las estructuras sintácticas, que incluso llegan a romperse en una «no escritura, la transparencia / de la muerte opaca humores regusto / los obedientes el decoro el pollito» [41]. Junto a un lenguaje esencial, desnudo de ropajes al modo de Juan Ramón, maneja una profusión de elipsis, de metábasis, a veces extremadamente audaces, de aposiciones, o de hipérbatos que tensan la expresión hasta conseguir que las cuerdas musicales de la emoción lírica sacudan al lector para plantarlo frente a la propia existencia. Y esto es, creo, un valor literario de primer orden, que aúpa a su autora a la vanguardia de nuestra poesía, porque, al menos desde Joyce, la forma es significativa, y las aportaciones en este sentido, imprescindibles, como las que en este hermoso libro lleva a cabo de García Valdés.

ELEGÍA

Philip Roth
Mondadori, 2010

«No se puede rehacer la realidad. Tómala como viene. No cedas terreno y tómala como viene». Esta es la máxima estoica que preside la vida del protagonista, un publicista de setenta y un años, «que medía metro noventa y tenía una espesa y ondulante cabellera gris», casado tres veces, padre de hijos que lo aman en unos casos y en otros no, e hijo a su vez de un joyero judío.
La novela comienza in extrema res, y nos permite asistir ya en su primera página al entierro de su protagonista. En adelante, seremos testigos, y partícipes, del devenir de su vida, desde su frustración juvenil por no haberse dedicado, al finalizar sus estudios en la escuela de arte, a «pintar y ganarse la vida con empleos temporales, lo cual constituía su ambición secreta», hasta su rabia frente a la profusión de desgraciadas intervenciones quirúrgicas que le han sido perpetradas a lo largo de la vida y frente a la vejez, que «no es una batalla», sino «una masacre», pasando por los remordimientos lo reconcomen cuando piensa en sus reiteradas historias de amor, de pasión frívola y de traición.
¿Y dónde queda, pues, el estoicismo? En mi opinión, el estoicismo es el gran valor humano del que el lector se va pertrechando a medida que lee la novela y que al final de la misma seguramente alcance cotas para él insospechadas antes de adentrarse en su lectura. Un valor que ya no precisará de «las mixtificaciones acerca de la muerte y de Dios ni las obsoletas fantasías del paraíso», que enseñará que «al envejecer, lo importante es lo que tienes dentro» y que apuntará a la «deliberada independencia» de uno para fortalecerse y a la idea de que «en uno u otro momento, todo el mundo piensa que dentro de cien años nadie de los ahora vivos estará en el mundo», para consolarse.

EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS

Dino Buzzati
Alianza, 2009

«Nombrado oficial, Giovanni Drogo partió una mañana de septiembre de la ciudad para dirigirse a la fortaleza Bastiani, su primer destino». Así arranca El desierto de los tártaros, que vio la luz por primera vez en 1940, y que a lo largo de sus doscientas cincuenta páginas traza el círculo vital en que discurre la existencia, monótona, pero cargada de presentimientos y de esperanzas, de su protagonista. Destinado en esa fortaleza que limita con el desierto de los tártaros, y que se ha de vigilar continuamente por si acaso, un acaso incierto e indefinido, pero siempre amenazador, Giovanni Drogo asiste a una suerte de determinismo vital que lo aherroja a un destino que, sin embargo, acepta. Se trata de un determinismo circular en que el dolor por «la irreparable fuga del tiempo» se atempera con una realidad monótona pero estimulante, con un sentimiento de «amor doméstico a los muros cotidianos», una realidad en la que, a la manera del Mann de La montaña mágica, «oirá el latido del tiempo escandir ávidamente la vida».
Leyendo sobre las vicisitudes cotidianas de Drogo en la fortaleza Bastiani, donde los años se tornan larguísimos, pero se escapan «como un sueño», uno tiene la sensación de que la propia existencia, el gozo por continuar vivo y al mismo tiempo la aceptación serena de la muerte como el benéfico descanso que nos proporcionará finalmente la naturaleza, no dependen sino tan solo de uno mismo.
Y esta es la lección que Buzzati nos proporciona con su libro, que es mucho más que una novela, en la que, por otra parte, su autor utiliza recursos como cambios en el punto de vista narrativo, retrospectivas, proustianas a veces, o anticipaciones, pero de una manera tan natural y sencilla como la vida de su protagonista, hasta que esté un día «allá donde el camino acaba, parado a la orilla del mar de plomo, bajo un cielo gris y uniforme».

SI UNA NOCHE DE INVIERNO UN VIAJERO

Ítalo Calvino
Siruela, 2009

Novela de novelas, novela de la propia novela, novela en que el protagonista es el lector, o la lectora, novela, en fin, originalísima, a través de la cual el maestro Calvino (Santiago de las Vegas, Cuba, 1923-Siena, Italia, 1985) pone en danza sus conocimientos literarios, sus reflexiones sobre el lenguaje, su desbordante fantasía y su sentido del humor para lograr una de las novelas más interesantes del xx. En ella, el narrador se dirige al propio lector de la novela: «estás a punto», le dice, «de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero». Forma harto curiosa de comenzar una novela, ¿no les parece? Y el lector, que, en efecto, pretende lo que el narrador le anuncia, animado por el intenso deseo de leer la referida novela, y de acabarla, se va a encontrar, sorpresa tras sorpresa, con que la misma contiene un puñado de primeros capítulos de otras tantas y muy diversas narraciones, ilustrativas todas ellas de diferentes tipos de novela (de la niebla, de la experiencia corpórea, simbólico-interpretativa, político-existencial, cínico-brutal, de la angustia, lógico-geométrica, de la perversión, telúrico-primordial, apocalíptica), y cuya lectura acabará por convertir también al lector en objeto de lectura. ¡Imposible imaginar gráficamente el galimatías literario de Calvino, porque tal vez «cada episodio con su culminación requeriría un modelo de tres dimensiones, quizá de cuatro»! Y es que para él, «el aspecto en el cual el abrazo (de los amantes) y la lectura se asemejan más es que en su interior se abren tiempos y espacios distintos del tiempo y del espacio mensurables».
Novela, pues, imprescindible esta de Ítalo Calvino, o si no, acérquense a una librería, abran por el índice un ejemplar de la novela y déjense cazar por la historia que la lectura de los títulos de sus capítulos nos propone: «Si una noche de invierno un viajero, fuera del poblado de Malbork, asomándose desde la abrupta costa, sin temor al viento y al vértigo, mira hacia abajo donde la sombra se adensa en una red de líneas que se entrelazan, en una red de líneas que se intersecan, sobre la alfombra de hojas iluminadas por la luna en torno a una fosa vacía, ¿cuál historia espera su fin allá abajo?».