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domingo, 22 de diciembre de 2013

ANÁLISIS DE «EL SUR», DE BORGES, por Joaquín Copeiro

Poco tiempo después de publicar «El Sur» («acaso mi mejor cuento», afirma Borges en la «Posdata de 1956» de Ficciones añadida al «Prólogo» de la edición de 1944 de Artificios), el escritor perdió definitivamente la vista. Parece ser que este fue el último cuento que manuscribió: ¿sería por eso por lo que lo considerara el mejor de los suyos?
El bibliotecario Juan Dahlmann, nieto de un pastor evangelista alemán y también de un militar argentino romántico, absorto en la lectura de un ejemplar en alemán de Las Mil y Una Noches, se golpea en la cabeza con el batiente de una ventana y unos días después debe ser operado. Cuando le dan el alta, decide refugiarse en la estancia familiar que conserva en el Sur. Para ello, coge el tren y, al cabo, se queda dormido. Sueña entonces que el tren, por desgracia, lo deja en una parada anterior a la suya. Por eso necesita otro vehículo y entra en un almacén a buscarlo. Allí, unos mozos se burlan de él y, al plantarles cara, uno de ellos lo reta a una pelea con cuchillos. Un viejo gaucho que presencia la escena le proporciona una daga para defenderse y Dahlmann se ve obligado a afrontar tan desigual pelea, sin miedo, no obstante, al tipo de muerte que, sin duda, hubiera preferido antes que sufrir en el hospital.

(Para descargar el comentario completo, ver:
http://descritoediciones.com/comentarios-literarios-el-sur-borges)

martes, 26 de noviembre de 2013

ANÁLISIS DE «LAS RUINAS CIRCULARES», DE BORGES, por Joaquín Copeiro

«Las ruinas circulares», uno de los ocho relatos que componen El jardín de los senderos que se bifurcan (1941), segunda colección de cuentos de Borges, habla de un hombre que se propone soñar a otro hombre y dotarlo de realidad, y a medida que su deseo se realiza, se da cuenta de que él también ha sido soñado por alguien.
En realidad, es el mismo juego al que Borges recurriría muchos años después, por ejemplo, al escribir aquel «Un sueño» de La cifra (1981), y que, pequeñito como es su texto, no me resisto a reproducirlo aquí en su integridad.

viernes, 18 de octubre de 2013

ANÁLISIS LITERARIO DE "CATEDRAL" DE RAYMOND CARVER, por Joaquín Copeiro



Catedral es uno de los relatos más famosos de Raymond Carver. Como ocurre con todos los grandes, también cuando uno relee con atención a Carver, halla en sus obras mucho más de lo descubierto en una primera lectura. Así sucede con Catedral (Editorial Anagrama, traducción de Benito Gómez Ibáñez).
El argumento del cuento se resume en que un ciego recién enviudado va a casa de una amiga a pasar la noche, provocando con su presencia el desconcierto del marido, que no acaba de encajar la singularidad del visitante; sin embargo, un documental en televisión sobre las catedrales incidirá en la relación entre los dos hombres y en la visión del marido acerca de la ceguera.


martes, 24 de septiembre de 2013

ANÁLISIS LITERARIO DE "WASH" DE WILLIAM FAULKNER, por Joaquín Copeiro

Cuando uno lee Wash, el extraordinario cuento de William Faulkner, es muy posible que perciba emociones similares a las que espolearon sus latidos viendo Django desencadenado, de Tarantino. Ambas historias tratan de la venganza de clase y por honor, escoria blanca en el primer caso y esclavo negro en el segundo, y en ambas uno comprende al vengador, sus motivaciones para actuar como lo hace.
En Wash asistimos a la venganza perpetrada por el viejo criado Wash contra su amo, el antiguo coronel sudista Sutpen, y a su inmolación posterior, por desconsiderar este a la nieta de aquel, cuando la chica acaba de dar a luz una niña precisamente del coronel.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

COMENTARIO LITERARIO DE "USTED SE TENDIÓ A TU LADO" DE JULIO CORTÁZAR, por Joaquín Copeiro



Siempre he admirado a Cortázar. Por eso no dudé en homenajearlo humildemente, a él y a sus cronopios, en mi novela La puerta de las Meninas (Descrito, 2009); y puede que por eso mismo, hoy no me resista a hacer una cata en su obra para ayudar a degustar, a quienes así lo deseen, el estilo de nuestro añorado Julio. Para la ocasión he elegido uno de sus cuentos formalmente más ingeniosos y de más fino humor: Usted se tendió a tu lado. En adelante, intentaré demostrar tal afirmación.
Usted se tendió a tu lado, escrito en 1975, trata de una madre, Denise, que, para ayudar a su hijo de quince años, Roberto, a atravesar la frontera entre la adolescencia y la edad adulta, se encarga de comprarle en la farmacia una caja de preservativos.

lunes, 8 de julio de 2013

EL CASO DE LA JARDINERA INCENDIADA

A mis balseras y balseros

Desde lo más alto del elevador hidráulico, el bombero Sandokán —greñas negras y barba espesa como un boscaje tropical— remató la faena inundando de agua la terracita. Cortó el chorro de la manguera, la retiró y, con gestos elocuentes, pidió que lo bajaran, que ya estaba todo controlado. Mientras el elevador, en efecto, bajaba y el bombero Sandokán se acercaba progresivamente al nivel de calle, un público de mirones, muchos, los más, clientes ocasionales de las terrazas vecinas, prorrumpió en un aplauso cerrado. Sandokán levantó sus brazos en señal de victoria y de agradecimiento.
—¡Viva el cuerpo de bomberos! —voz de mujer.
—¡Viva tu cuerpo serrano! —voz de hombre.
—¡Viva el cuerpo nacional de policías! —voces varias.
Saltando Sandokán acrobáticamente a tierra, provocando así el susodicho que arreciaran los aplausos y los ‘¡vivas!’, los numerosos agentes presentes, nacionales y locales, no así los bomberos, se volvieron confundidos hacia quienes aplaudían o gritaban, o aplaudían y gritaban, que es lo más lógico. ¿Qué por qué confundidos, o incluso desorientados, que para el caso..., y no nerviosos, o mosqueados? Pues porque en los últimos tiempos no proliferaban en el país exteriorizaciones de reconocimiento hacia su presencia garante. ¿Garante? ¿De qué? Sí, garante de la defensa precisa de la ley y el orden. ¿’Defensa precisa’? Bueno, más bien ‘aplicación rigurosa’. ¿Como la aplicaría un juez justo y legal? ¡No, no, que demasiadas veces la ‘aplican’ a palo y tentetieso, o sea, que llevan a cabo una ‘cruel aplicación’ de la ley y ‘su orden’! ¿Con una punta incluso de sadismo? ¡Eso, con sadismo! ¡Joder, si alguna vez...! Por ejemplo, una manifestación por la nacionalización de la banca. Imagínense cien mil, doscientas mil personas, tropecientas mil almas... Y los polis, en las aceras, jalonando el recorrido previsto, como, pongamos, los soldados cubren la carrera procesional del Corpus en Toledo ciudad. Polis a un lado y otro de los manifestantes, velando por la seguridad de los mismos, dispuestos a identificar a los provocadores si los hubiera y a neutralizarlos. ¡Pues no señor, siempre antidisturbios, pertrechados hasta el culo, con cascos, viseras y escudos, formados como cohortes romanas ‘frente a’ los manifestantes, no sea que pretendan arrimarse demasiado a la fachada de tal o cual banco, o a la de la Bolsa de Madrid! Así que los agentes, que habían presenciado también la acción de los bomberos, y que escuchaban los aplausos y las aclamaciones del gentío, no debían de dar crédito a ver lo que veían y a escuchar cuanto escuchaban. ¡Y esa gente, estarían de coña, porque sería tan extraño...!
—¡Viva tu cuerpo serrano!
—¡Viva el cuerpo de bomberos!
—¡Viva el cuerpo nacional de policías!
Quienes compartían cerveza y primavera en las terrazas entoldadas de la avenida, los animadores de aplausos y gritos, habían percibido, media hora antes, o tres cuartos, el olor a chamusquina. Pero no alcanzaban a descubrir el foco que lo causaba. Hasta que un fulano abandonó su sillón, salió de debajo de la lona y movió la punta de sus napias, que no cesó de olisquear, a derecha y a izquierda, atrás y adelante, a la altura de su jeta y más arriba, barriendo entonces las fachadas de los edificios.
—¡Allí está! ¡Coño, es una jardinera de plástico! ¡Y el toldo, casi echado! Como se prenda, arde el edificio.
A medida que los clientes dejaban por un momento sus sitios para constatar que, efectivamente, se trataba de una simple jardinera, el 112 comenzó a recibir llamadas, que hay fuego en una vivienda, aquí, en tal ciudad, en la avenida de cual, a la altura del número no sé cuántos, ya, ya, si lo sabemos, han llamado varias personas, ¡y lo que te rondaré..., que no se le presenta a uno todos los días la ocasión de llamar al 112 por una urgencia que no le concierna en lo personal, como un acto de civismo!
Total, que al poco rato, tres coches de la policía nacional, y números por doquier bajándose de ellos, yendo de un lado a otro, y toda la policía local disponible en aquel momento, otros cuatro o cinco vehículos, la avenida cortada, el tráfico desviado, los destellos azules o rojos de los coches patrulla, intermitentes u oscilantes como los de un faro guardacostas. Y enseguida, el camión de los bomberos, la sirena que lo anuncia con su alarmante efecto Doppler, un chillido agudo e interminable, de penetrantes agujas sonoras para los oídos más sensibles, para los cerebros menos resistentes al pandemónium urbano, y los chirridos de los neumáticos con sus escandalosas frenadas.
Y todo, por una jardinera de plástico.
—Eso pasa por fumar en la terraza.
Contundente la frase, cargada de razón sin duda. Una voz entonces se adelgazó, como para afeminarse y remedar mejor el reproche o la queja de una dama que estuviera hasta las narices de lo que hubiera sido en otro tiempo su hombre preferido.
—¡Anda, que cuántas veces te lo habré dicho, que te vayas a fumar a la terraza, que luego huele todo a tu tabacazo, las cortinas, los sillones, y me paso horas con el amoniaco...!
—Mira, encanto, si tú prefieres hacerte la ‘hombre’ fumando, pues, ¡hala!, a la terraza. Yo no aguanto tu humo, me ahogo, y no quiero morir de tu cáncer de pulmón.
En esta ocasión se trató de una voz gravemente afectada por el intento de burlarse del macho.
—¡Piltrafa, hijo, que estás hecho! ¿Y tu halitosis, qué?
—¿Y tus sobaqueras, que no hay un dios que tome un ascensor contigo?
En fin, ¿cómo saber si sería él o ella quien, viéndose obligado a fumar en la terraza, creyéndose despechado o despechada, no tuviera otra ocurrencia que dejar la colilla encendida en la jardinera, con la lumbre pegando al plástico?
—Yo creo que ha sido un puro, largo y gordo como el de Clinton, y que el culpable es el tío, porque nosotras no fumamos puro. La toba encendida habrá prendido el plástico y...
—Mira, tía, que ahora vosotras fumáis como carreteros, y seguro que ha sido ella la que ha dejado la toba..., vale..., sin puro, pero qué más da, una toba es una toba, y el plástico es plástico..., y vosotras, por llevar la contraria, sois capaces de prender, qué digo una jardinera, y hasta la casa entera.
Y en esto estaban los clientes de uno de los veladores de las terrazas, media docena de machos y hembras, ajenos por completo a las hipótesis que al mismo tiempo andaba pergeñando en su chilostra el bombero Sandokán.
Sandokán era muy trabajador, pero mucho. Había saltado del camión para ser el primero en colocar las vallas de seguridad, se había encaramado antes que nadie al elevador para manejar la manguera y apagar el fuego, y, una vez en tierra de nuevo, no paraba: recoger la manguera, limpiar la acera, retirar las vallas. Pero no sólo eso. Cuando libraba, ejercía de fontanero, sin iva, eso sí, y sin factura, ¡claro!; o sea, fontanero ‘sumergido’ y de andar por casa. Y así fue como, una semana antes del incendio, visitó la casa a requerimiento del marido. Y entiéndase que la palabra ‘incendio’ no se utiliza aquí con el significado que le atribuye el María Moliner, por ejemplo, de «fuego que destruye algo como un bosque, un edificio o mercancías almacenadas», o con el primero que le asigna la rae, que reza «fuego grande que destruye lo que no debería quemarse»; piénsese, en cambio, en el que le da la voz del pueblo en frases como «a la señora María se le ha incendiado la cocina», para referirse a que se le ha prendido el aceite en la sartén y le ha tiznado el techo. Más aún: considérese la segunda acepción otorgada por la rae, y que dice «pasión vehemente, impetuosa, como el amor, la ira, etc.».
Pues bien, aquí, precisamente en esta segunda acepción de la rae, se detenía el pensamiento del bombero Sandokán mientras trajinaba con su proverbial diligencia para organizar el regreso de los suyos al cuartel. El bombero, entonces fontanero, recordaba con pelos y señales cómo llegó a la casa y marido y mujer le pidieron que repasara, por favor, los baños, las griferías, las cañerías, que limpiara los sifones. Una tarde entera le ocupó la faena. Pero al fin acabó. Y con una sonrisa de oreja a oreja se presentó en el salón donde el matrimonio aguardaba frente al televisor:
—Señora, esto estaba en el bote sifónico del baño pequeño.
Y mostró, ante los ojos desorbitados de la mujer y las chiribitas que al hombre le hacían los suyos, una esclava de oro.
El fontanero Sandokán depositó la pulserita encima de la tele.
—Son sesenta y cinco euros, sin iva.
El marido le pagó, mientras ella recogía la esclava, y Sandokán abandonó la vivienda.
¿Qué pasaría después? El bombero Sandokán lo tenía claro:
«Este cabrón me la ha pegado con su jefa. ¿De quién, si no, va a ser la esclava? Mía, no, desde luego, que este jamás ha tenido el más mínimo detalle. Será de la zorra esa, que se acostaría en mi cama y se bañaría en mi baño, y allí perdería la esclava».
O, por el contrario, «esta puta me ha puesto unos cuernos como la copa de un pino, seguro que con ese guaperas que tiene de secretario, que se lo traería aquí, cuando Pepa y yo estuvimos en las jornadas de Logroño, aquí, a mi cama, coño, coño, y se metería con él en el baño, claro, y ahí, con el trajín, ¡la muy puta!, se le caería la esclava al guaperas, porque, desde luego, suya no es, que yo sepa, que nunca se la he visto, o sea, que es del pavo ese, seguro».
Y quizá «el muy sinvergüenza debió de aprovecharse de la semana que acudí con Paco a la feria de Cádiz. Que vente, Pepita, que no está mi señora, y nos pegamos un fiestorro en mi casa, la cama, ¿y una duchita, querido?, bueno, vale, una duchita, ¡cabrón!, ¡zorra!».
Y tal vez «pues esta hoy no fuma delante de mí, le digo que no, que yo lo he dejado y que no estoy dispuesto a tragarme su humo, que se lo trague el guaperas, y que si quiere fumar, que se salga a la puta terraza».
O acaso «¡no, señor, que ya no le consiento que me pringue toda la casa con ese odioso olor a tabaco agrio, que ya estoy hasta el nardo de tragarme su humo sin rechistar, que se lo trague la zorrona de su jefa, y ahora, si quiere, a la puta terraza, hala, que no hace frío!».
«¡A la puta terraza, a la puta terraza!». Ahí estaba para el bombero Sandokán la madre del cordero, la verdadera causa del fuego, porque cuando un marido manda a su esposa, o al revés, a la puta terraza a fumar, puede esperarse lo peor: «¡Te vas a joder, ahora te vas a joder, y no la apago porque no me sale de ahí mismo, la apagas tú si quieres, te vienes y la apagas, que lo que es por mí, como si se quema la jardinera, yo me acabo el cigarro y me las piro!». Probablemente, la intención del pirómano, o de la pirómana, no fuera más allá de quemar la jardinera, porque, además, pensara que su cónyuge estaría en casa para darse cuenta del pequeño estropicio y remediarlo. Pero, en ocasiones, lo imprevisible no puede sino continuar siéndolo: uno, o una, sale despechado, como ya se ha apuntado antes, de casa, sin avisar a su cónyuge, pensando que este o esta se queda y que verá el humo y la candelita, y no, que este o esta también se ha largado sin decir nada; empero: la lumbre, el viento, la llamita, más viento, el plástico, la llama, el humo, el olor a goma quemada, el viento, la alarma, una llama cada vez más grande, un fuego más intenso, viento, fuego, pequeño incendio, el toldo, los toldos vecinos, los gritos de pánico, los chillidos de angustia, las maderas, las vigas, un incendio de grandes proporciones, de elevadas proporciones, las llamas comiéndose el edificio entero, lo irremediable, el desastre, hay quien se asfixia, la tragedia, lo nunca visto, hay quien se lanza al vacío, los bomberos...
El bombero Sandokán había terminado sus tareas. A punto de arrancar su camión para regresar al cuartel, mientras su sirena enturbiaba de nuevo el atardecer apacible de la apacible primavera, observó cómo hablaban con la policía local los moradores de la vivienda, o sea, los dueños de la jardinera, los de la esclava en el baño, ¡vamos! Detrás de ellos, un veinteañero encogido de hombros y la cabeza gacha no cesaba de dar vueltas y vueltas, con la mano derecha, a la esclava de su muñeca izquierda. De vez en cuando, el hombre se volvía hacia él y le arreaba un pescozón en el cogote, «¡gilipollas, incendiario, que nos vas a llevar a la ruina!»; la mujer lo imitaba a continuación, «¡tonto del culo, macarra, que vas a acabar conmigo!»: o sea —¡otra vez, pero...!—, que el joven recibía dos cogotazos por el precio de uno y un manojito de improperios y reproches, pero él, encogidos los hombros siempre y siempre la cabeza gacha, que el peso de la culpa requería sin duda actitud y postura tales, no dejaba de jugar con la esclavita dorada de su muñeca. 

miércoles, 26 de junio de 2013

SONETO AL PAN

Para mis amigos de
LIBROS CON MIGA


¡Oh, fruto del trigal, que, en llamas preso,
te endulzas con pasión para mi boca!
¡Se estremece mi mano si te toca
y mis labios se encienden con tu beso!

Me muero por tu carne, me embeleso:
desde tu piel, que a mi alma vuelve loca,
hasta el cogollo que tu piel convoca,
por morder tus promesas pierdo el sieso.

Sólo contigo, y con agua o con vino,
si tu gozoso porte no recortas,
encajo bien la murga, que no cesa,

de la crisis, la infanta o ‘el padrino’.
Porque si tú nos faltas en la mesa,
habremos hecho un pan como unas tortas.

miércoles, 12 de junio de 2013

LA MIRADA DE HOLDEN

I

Adónde irá veloz, con sus hombres dispuestos a dar el último golpe, a llevarse del banco de Starbuck el dinero de la compañía del ferrocarril, adónde irá, fatigada, con el cansancio de poner continuamente la vida en juego, y siempre huyendo, huyendo la golondrina, huyendo, la golondrina que de aquí se va, porque los cazadores de recompensa le pisan los talones, los amigos que traicionan por un puñado de dólares, adónde irá, o si en el viento se hallará extraviada, sin norte, sin sur, buscando abrigo, abrigo en el grupo que no puede detener su carrera hacia la frontera, en un grupo salvaje para el que la vida de cada cual no vale nada, y que más vale segar de un disparo si dificulta su marcha desesperada e imparable hacia las estrellas o hacia el abismo, buscando abrigo, sí, al otro lado de la frontera, del río, solaz y descanso entre un pueblo que derrochará hospitalaria ternura cuando reconozca a uno de los suyos, y sus amigos también son sus amigos, buscando abrigo y no lo encontrará, ni siquiera entre las más bellas mujeres de la tribu, porque la suerte está echada y los cazadores de recompensa siguen incansables, como rapiñas, como buitres o cuervos negros, sus huellas, atizados por el oro del ferrocarril y por el miedo a la cárcel y la tortura.

Adónde irá veloz y fatigada
la golondrina que de aquí se va,
o si en el viento se hallará extraviada,
buscando abrigo y lo no encontrará.
Junto a mi lecho le pondré yo su nido
en donde pueda la estación pasar.
También yo estoy en la región perdido,
¡oh, cielo santo!, y sin poder volar.







II

Pero es en la mirada silenciosa del hombre, las miradas de los hombres, Holden el hombre, que acusa con emoción los cantos que las mujeres le dedican para hacerlo héroe, la mirada del héroe, para hacerlos héroes, Holden el héroe, los cantos de los niños que admiran el desfile a caballo, la despedida, de tan heroica gallardía, los cantos de los viejos nostálgicos que lo transmutan, que los transmutan, en personaje épico, de leyenda, legendarios, junto a mi lecho le pondré yo su nido, porque lo siento mío, porque quiero que regrese, que regresen, después de la batalla, que vuelva junto a mi lecho, en donde pueda la estación pasar; es allí, en la mirada silenciosa del héroe, la mirada de Holden, donde el grupo recupera sus individualidades, porque en ella se lee que es injusto no pagar a las putas, también yo estoy en la región perdido, dignidad de las putas, y que hay que salvar la vida del amigo, ¡oh, cielo santo!, del revolucionario, también yo estoy en la región perdido, que se hace necesario vengar la infamia de su muerte brutal, y sin poder volar, y despiadada, que no queda sino enfrentarse heroicamente contra la injusticia de los malos, los buenos aquí y los malos allá, ¡oh, cielo santo!, echar mano de los fusiles, de las pistolas, y sin poder volar, la mirada silenciosa del héroe, la mirada de Holden, coger las armas y salvar el honor con la propia vida, y sin poder volar, no importa la vida, no importa si es por la defensa heroica de la dignidad.

III


Cesaron los tiros, los malos sucumbieron bajo vuestras balas justicieras, vuestros últimos suspiros aferrados a las armas del heroísmo acallaron los sonidos del viento, pero tu mirada, la mirada de Holden, aún permanece, impertérrita y  silenciosa, como el mejor verso de Homero, como el Pat Garret de Dylan.

viernes, 24 de mayo de 2013

¡GLORIA A GEORGES MOUSTAKI!

Te has muerto, es la verdad, pero, aunque te has ido de puntillas, lo has hecho apagando con tu dulce música el ruido insoportable de la jauría, escandalizados como andan unos porque el jefe los ha traicionado, les ha sido desleal, los ha criticado sin misericordia, y otros entusiasmados y jaleando la llegada del jefe, del auténtico, del que siempre ha estado en la sombra, del que no dudó en trocear la patria que ahora pretende salvar para que especularan los de su clase con los fragmentos resultantes, ni dudó tampoco en malvender las mejores y más prometedoras piezas de su patrimonio industrial a sus amiguetes y ahora pretende vender sus despojos; del que nos implicó, junto tejano ebrio y asesino, en una guerra infame y vergonzosa de la que cada día seguimos palpando a través de las pantallas sus tremendas secuelas de terror y de muerte.
Los medios andan revueltos estos días porque un nuevo mesías de risita odiosa y discurso plano ha decidido redimirnos, aún llevándose por delante al gobierno de los suyos, y amenaza con meternos de una vez por todas en un túnel del tiempo negro y largo como una dictadura.
Pero entonces, la noticia de tu irremediable muerte ha saltado a los teletipos, y las pantallas de todos los televisores no han tenido más remedio que reproducir una vez más tus hermosas canciones, como aquella Le métèque de insuperable belleza con la que hoy seguiremos emocionándonos, abriendo nuestra sensibilidad a la esperanza de que otro mundo es posible, un mundo sin espantapájaros, sin mentirosos, sin ladrones, sin traidores, sin caudillos; un mundo en que la belleza sepulte definitivamente la podredumbre de los corruptos y la indignidad de los malvados que traicionan a su pueblo; un mundo en que caminemos hacia la utopía de tus hermosas canciones.

¡Gloria a Georges Moustaki, que jamás morirá en nosotros!

jueves, 25 de abril de 2013

25 DE ABRIL: REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES



Yo conocí a uno de los capitanes de abril. Era joven, de treinta y tantos, alto y bien parecido. Su sonrisa y su palabra rezumaban tanta afabilidad como los claveles rojos en las bocachas de los fusiles. Los amigos no dejábamos de preguntarle detalles sobre la revolución: cómo se estaba organizando la Portugal revolucionaria, qué sucedía en los cuarteles con las asambleas de soldados, qué ocurría con la participación del pueblo en las decisiones políticas, con las nacionalizaciones de las industrias estratégicas y de la banca, con el reparto de las tierras, con los antiguos pides —miembros de la policía política—. Cuanto más escuchábamos sus explicaciones, más nos reconcomía una insoportable envidia histórica; pero en aquella negra España de Franco, el viento del oeste no cesó de soplar sobre la piel de toro con un perfume de claveles, con el grito unánime de «O povo unido jamais será vencido», con los acordes del «Grândola vila morena», la hermosísima canción de José Afonso, con la imagen de un niño introduciendo un clavel rojo por la boca de un fusil. Eso sí: un indeseable capitán de la policía militar del campamento de instrucción de Colmenar Viejo de la época se dedicó desde entonces a gritar a los reclutas cuyas voluntades quería someter con el «insulto» de «¡portugueses, que sois unos portugueses!».
La «Revolución de los Claveles» del 25 de abril de 1974 tuvo la virtud de unir el comportamiento ético —ni un tiro, ni una víctima—, con la emoción estética —militares armados y hermanados con los ciudadanos, claveles paralizando la capacidad agresiva de fusiles y cañones—, y todo en defensa de la libertad y de la justicia, y para derribar pacíficamente una de las peores dictaduras que aún persistían en Europa junto a la de Franco.
Desde luego, si uno anduviera ahora en Portugal no dudaría en unirse a las manifestaciones que sin duda van a celebrarse hoy —Lisboa será una fiesta por la libertad y contra los desmanes del neoliberalismo—. Y seguramente recordaría emocionado a aquel pueblo que supo ganarse el respeto de los militares, a aquellos militares que supieron ganarse el respeto de su pueblo, para conseguir un país más justo y más libre.
¡Gloria a los héroes del 25 de abril, al pueblo, a los soldados! ¡Gloria a sus líderes, Vasco Gonçalves, Otelo Saraiva de Carvalho, Costa Gómez, José Afonso, Álvaro Cunhal, Mario Soares!


lunes, 8 de abril de 2013

MADRE, MAR, MARTA...


Madre, mar, Marta…
Joaquín Copeiro
Descrito Ediciones, 2013

Madre, la madre, la madre universal, tu madre, la que te pare, la que te amamanta, la que vela tus noches de pesadilla, la que te sirve el mejor plato, la que te ayuda con los deberes, la que defiende la honestidad de tus acciones, la que subraya tu bondad natural, la que lucha por tu vida, la que sufre tus dolores, la que celebra tus venturas, la que no duerme mientras viajas, la que teme que te equivoques, la que te ayuda a incorporarte si te caes, la que enjuga tu llanto, la que lava tus llagas, la que restaña tus heridas, la que lame tus lágrimas, la que sosiega tus insomnios, la que quiere a tus amigos por serlo, la que desprecia a tus enemigos por serlo, la que glorifica tu nombre, la que ennoblece tu recuerdo, la que dignifica tus miserias, la que lucha por tu felicidad, la que te llama niño o niña aun cuando se halle con un pie en el estribo, la que no te molesta ni para morirse, la que se larga sin hacer ruido, la que te deja con su ausencia un enorme agujero en el ama. Esa es la madre que pretendo homenajear en mi novela, la madre que justifica tu existencia, la que se merece que estés hasta el final con ella, que la ayudes en el adiós definitivo.
También homenajeo el amor y la amistad, y al mar, siempre capaz de acogerte como una madre.
Así es Madre, mar, Marta... Y el diálogo continuo entre el poemario que el protagonista le escribe a su madre y las memorias de esta la sostienen; y otros personajes de esos que luchan toda la vida, de los que son imborrables, cargados de ternura y buen humor; y una banda sonora de jazz y de canciones revolucionarias; y las tensiones existenciales de Pablo…
Así es Madre, mar, Marta...

martes, 12 de febrero de 2013

"EL ALEPH": ANÁLISIS LITERARIO, por Joaquín Copeiro


Decía Donald L. Shaw (Nueva narrativa hispanoamericana, Cátedra, 1981) que «un defecto fundamental de la crítica de los cuentos de Borges es atribuible al hecho de que ésta es, en su mayor parte, interpretativa. Se tiende no sólo a pasar por alto las prioridades propugnadas por Borges mismo, sino también el hecho de que sus cuentos son cuentos y no ensayos». Esto, en el caso de El Aleph, resulta especialmente cierto; sobre él se han volcado un sinfín de interpretaciones metafísicas y epistemológicas, la mayor parte de las veces de más dificultad de lectura que el propio cuento.
Por eso, lo que se pretende en este texto es llevar a cabo un análisis de los rasgos estilísticos, de los recursos y técnicas utilizados por Jorge Luis Borges en la composición del relato.

(Para descargar el comentario completo, ver:
http://descritoediciones.com/comentarios-literarios-el-aleph-borges)