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martes, 25 de noviembre de 2014

LA CONVERGENCIA NECESARIA

En este momento histórico, resulta imprescindible la convergencia de los partidos y de las fuerzas sociales que pretenden arrebatar democráticamente el poder a quienes hasta ahora han gobernado a favor de la oligarquía financiera y empresarial.
Los millones de parados, de jóvenes emigrantes, de desahuciados de sus viviendas, de niños desnutridos, de estafados por las preferentes, de dependientes desamparados, de arruinados por la ambición desmedida de los depredadores, de jóvenes sin futuro, de humillados o de excluidos por el sistema, no se merecen que quienes aspiran a representarlos consientan que los neoliberales o socialdemócratas gobiernen de nuevo.
El objetivo de GANEMOS y de PODEMOS es precisamente impedirlo, ganar las elecciones del próximo mayo y llegar a los ayuntamientos, a las diputaciones y a los parlamentos regionales, y hacerlo con una mayoría suficiente que les permita legislar para acabar con la corrupción, reducir las desigualdades y profundizar en la democracia
Actualmente, los vientos de la historia parecen favorables por la recuperación de la vitalidad de las asociaciones y los movimientos ciudadanos; por la ilusión que genera en la ciudadanía la posibilidad de empoderamiento; por el debilitamiento de los partidos que configuran el bipartidismo, desprestigiados, cuando no carcomidos, por la corrupción, y por las crecientes expectativas de voto de las formaciones políticas emergentes.
Por todo ello, se ha de evitar, de una vez por todas, la división de las fuerzas progresistas que han de alimentar el amplio movimiento ciudadano que ponga en marcha todo el proceso de transformación; y superar los enfrentamientos por la salvaguardia de supuestas ortodoxias, o las disputas personales por pírricos liderazgos o por los primeros puestos en las candidaturas. No caigamos una vez más en el error secular de las fuerzas progresistas y de la izquierda real en nuestro país: la desunión.
Así pues, si hoy se perdiera esta oportunidad histórica de transformar nuestro país, quienes por acción u omisión no lo impidieran contraerían con la ciudadanía y con la historia una responsabilidad imperdonable. La ciudadanía española ha padecido en demasiadas ocasiones este mal: ver sus necesidades e intereses arrumbados y contemplar, al mismo tiempo, la satisfacción de los líderes políticos, sociales o sindicales, unas veces, por haber mantenido incólume la ortodoxia doctrinaria o partidaria, y, otras, por haber salido victoriosos en la «pelea de gallos», a costa de la explotación y el sojuzgamiento de la ciudadanía.
En consecuencia, creemos que es el momento de la flexibilidad, del entendimiento y, sobre todo, de la generosidad, y de pensar que es prioritario abordar con éxito la difícil situación de la gran mayoría de la población, para lo cual, repetimos, hay que ganar las elecciones del próximo año mediante la convergencia necesaria de las fuerzas progresistas, representadas hoy fundamentalmente en PODEMOS y en GANEMOS.


Joaquín Copeiro

Mariano Morales

jueves, 6 de noviembre de 2014

CAMBIAR LA MIRADA

Aunque es enorme y continua la ola de corrupción que nos invade desde hace unos años, y hallándonos al borde de la náusea por la intensa pestilencia de tanta basura, hemos estado a punto de quedar anestesiados por los gases que de ella emanaban. No parecía quedarnos otra reacción que la de los vómitos y exabruptos soltados en reuniones de amigos o de familiares, en tertulias ocasionales con conocidos, en charlas en la pescadería de turno o en la librería más frecuentada...
Todo lo anterior se ha visto agravado por la cínica cobertura que los dirigentes de los partidos afectados han proporcionado a sus compañeros corruptos, mientras legislaban en contra de la ciudadanía: reforma constitucional (art. 135), recortes sociales (educación, sanidad, dependencia), reformas laborales, recortes de libertades y derechos (ley mordaza o de seguridad ciudadana, ley del aborto), escandalosas privatizaciones de servicios básicos y estratégicos.
Sin embargo, cuando parecía que la ciudadanía soportaba, cabreada e indignada, eso sí, toda esa inmundicia, y que asistía a tan reprobable espectáculo como los comensales de El ángel exterminador, de Buñuel, quienes no se deciden a escapar del salón, cuyas puertas se les ofrecen abiertas, esa misma ciudadanía ha ido despertando de su letargo hasta recuperar poco a poco su vitalidad y su conciencia; con impulsos desordenados, es verdad, pero con una admirable, e imparable, acumulación de energía. Sus primeros movimientos brotaban inconexos, aunque crecientemente masivos (15M, PAH, mareas verdes, blancas, negras, naranjas o rojas, y otros diferentes como los levantamientos ciudadanos de Gamonal y Valencia…); pero luego esa energía se ha ido concentrando y hoy las diversas movilizaciones de indignados y afectados fluyen inevitablemente hacia la recuperación de la dignidad ciudadana. 
Esto sucede en un contexto histórico en que la derecha se encarga de negar la existencia de la lucha de clases, o de admitirla, como hacen algunos de sus más conspicuos representantes para sostener que la van ganando ellos, los ricos; y en que la socialdemocracia pretende erigirse en la única izquierda posible.
La gente afectada por las políticas neoliberales llevadas a cabo por los gobiernos socialdemócratas o conservadores de turno, en beneficio exclusivo de la oligarquía financiera y empresarial, son votantes de distintos partidos o incluso abstencionistas, y los auténticos protagonistas de toda esa acción democrática revitalizadora. La razón es bien sencilla: gritar «¡basta ya!» a las políticas injustas y al crecimiento galopante de la desigualdad. Según, por ejemplo, Oxfam Intermón, «en el último año las 20 personas más ricas de nuestro país incrementaron su fortuna en 15.450 millones de dólares, más de 1.760.000 dólares por hora, y poseen hoy tanto como el 30% más pobre de la población (casi 14 millones de personas). En la escala más alta, el 1% de los más ricos de España tienen tanto como el 70% de los ciudadanos y tan sólo 3 individuos acumulan una riqueza que duplica con creces la del 20% más pobre de la población. En su conjunto, las 20 mayores fortunas de España alcanzaron en marzo de este año una riqueza de 115.400 millones de dólares».
Así las cosas, surge PODEMOS, y sus portavoces prefieren no definirse como de derechas o de izquierdas, aunque en sus discursos no reniegan de la tradición marxista y sus referencias políticas (medidas nacionalizadoras y sociales en países como Ecuador, Bolivia, Venezuela...) e intelectuales (Noam Chomsky, Eduardo Galeano, Naomi Klein, Vicenç Navarro...) avalan esta idea. Ellos hablan de dos grandes bloques sociales: uno, el de la oligarquía y de las grandes fortunas, y otro, el del resto de la población (clases medias y bajas).
En el bloque de la oligarquía y las grandes fortunas, al que los políticos conservadores o socialdemócratas de «la casta» y de «las puertas giratorias» aspiran a pertenecer, y al que sirven, se adoptan las políticas de gestión neoliberal de la crisis, la de los recortes y el «austericidio», la del rescate de los bancos, la de las privatizaciones de los servicios públicos clave y de los sectores estratégicos, para ponerlos en manos de «los suyos». Es el bloque que acumula la mayor parte de la riqueza, según vemos en el informe de Oxfam Intermón, y que goza de importantes privilegios de clase: sus representantes políticos no dudan en cambiar la Constitución en unas horas si es preciso para proteger sus intereses económicos, o la Ley de la Justicia Universal para llevar sus negocios a China; y si algunos de los suyos delinquen, eluden en su mayoría la cárcel por prescripción de los delitos o a cambio de fianzas millonarias que sólo ellos pueden afrontar, mientras que sindicalistas miembros de piquetes informativos se enfrentan a varios años de prisión. Y todo porque, como dijo el Presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, la ley está «pensada para el ‘robagallinas’ y no para el gran defraudador».
Al segundo bloque pertenecemos el resto de la población, con independencia de la adscripción ideológica de cada cual, si es que la tuviere: autónomos o pequeños empresarios de derechas y de izquierdas, obreros de derechas y de izquierdas, profesores o sanitarios de derechas y de izquierdas, trabajadores del sector servicios de derechas y de izquierdas, agricultores de derechas y de izquierdas, parados de derechas o de izquierdas, jóvenes con estudios o sin estudios de derechas o de izquierdas.
Con todo esto, se entiende perfectamente que, en el presente momento histórico, una organización política, partido, coalición, frente ciudadano o lo que sea, que pretenda acabar con la corrupción, y gobernar para el cumplimiento efectivo de los derechos económicos, sociales y políticos recogidos en nuestra Constitución y en la Declaración Universal de Derechos Humanos, reforzando y desarrollando para ello los mecanismos democráticos, no cuente entre sus prioridades con la de definirse ideológicamente como de derechas o de izquierdas.
Esto hace PODEMOS y por ello les llueven las críticas desde la socialdemocracia, mientras los medios de la derecha les tachan de radicales marxista-leninistas.
Sin embargo, la historia nos enseña que existen momentos en que hay que dejar de mirar a derecha e izquierda, es decir, lateralmente, para hacerlo de abajo arriba, es decir, verticalmente. Porque, además, a esto nos anima la conciencia de clase que tanto han hecho por enturbiar los del primer bloque.
Uno de esos momentos históricos fue precisamente el del final del franquismo y el principio de la transición. Por el objetivo común de acabar con la dictadura e implantar un régimen democrático se unieron comunistas, socialdemócratas, demócratas cristianos, liberales, monárquicos y republicanos, unos más a la derecha del espectro ideológico y otros más a la izquierda. Y se consiguió el objetivo, más o menos. Hoy sucede algo similar, y es verdad que son muy pocos los objetivos, aunque notables los intereses, que pueden unirnos a la inmensa mayoría de la ciudadanía; pero nos unen.
Esto es así, porque hoy miembros de eso que PODEMOS ha dado en llamar «casta» pertenecen también, lamentablemente, a los sectores dirigentes de la socialdemocracia y ocupan, como los mandamases de la derecha, puestos importantes en los consejos de administración de las empresas oligárquicas nacionales y multinacionales. Y, lo que aún resulta más lamentable, algunos, aunque es verdad que escasos, de los implicados en los casos de corrupción más sonados pertenecen a los sindicatos de clase y a formaciones políticas de origen comunista.
Por eso, creemos que ha llegado la hora de buscar encontrarnos con los que hoy son nuestros iguales, con el objetivo de acabar con el estado de cosas actual. Y ello no implica que debamos renunciar a nuestra propia ideología; tampoco creemos que lo hacen los portavoces de PODEMOS, que siguen identificándose con la tradición marxista y con la izquierda anticapitalista. Pero hoy no es el momento de dividir a la mayoría de la ciudadanía entre izquierda y derecha. Hoy, en un tiempo nuevo y de renovación, estamos obligados a «cambiar la mirada» porque la división de la sociedad resulta más clara y contundente, y se halla marcada por la existencia de una oligarquía poderosa que desde arriba acumula riquezas y privilegios en perjuicio de los de abajo, es decir, del resto de la población. Y ahí está nuestro lugar ahora, como sucedió en la transición, aunque las cosas no salieran del todo bien: ahora abajo y luego a la izquierda, para conseguir una política que primero corrija las desigualdades de riqueza y de derechos y que luego las reduzca a la mínima expresión, hasta dar con una sociedad más justa e igualitaria.
Frente a esto, los dirigentes neoliberales y socialdemócratas, es decir, «la casta», desde las tribunas de sus medios afines, nos quieren mantener en un bipartidismo controlado por ellos y con el tufillo de aquel turno de partidos del XIX que manejaba «la casta» de los caciques, el «turnismo»; un bipartidismo que, como el americano o el alemán, ha servido, hasta el día de hoy, a la burguesía capitalista. Es verdad que la socialdemocracia y la lucha de los trabajadores impulsaron en Europa el «estado de bienestar»; pero esto sucedió al tiempo que conllevó un desarrollo desbocado de la economía de mercado y del consumismo y una acumulación gigantesca de capital por parte de la oligarquía. La crisis de estos años está poniendo las cosas en su sitio. Porque, cuando la oligarquía ve peligrar sus descomunales beneficios económicos, y frente a la aparición de nuevas fuerzas políticas que amenazan con arrebatar el poder a «la casta» para acabar con sus privilegios y repartir la riqueza que les sobra, los dirigentes neoliberales y socialdemócratas, es decir, su brazo político, no dudan en coaligarse, aún a costa de traicionar a sus bases (Alemania, Grecia y ya veremos qué sucederá en España), a fin de frenar el «tsunami» ciudadano que podría arrasarlos.
Ahora, asustados, la socialdemocracia hace lo imposible por mantenernos en el ámbito tradicional de izquierdas y derechas. Pero si, como dijo en cierta ocasión uno de sus más ilustres portavoces europeos, el francés Lionel Jospin, socialismo es lo que hacen los socialistas, habría que admitir que sus actuaciones más positivas y progresistas (universalización de las prestaciones sanitarias, escuela pública gratuita, leyes de profundización de derechos civiles) terminan por verse sepultadas bajo la losa de aquellas otras más negativas y regresivas (reconversión industrial, GAL, eso del «gato blanco o negro, pero que cace ratones», reformas laborales, FILESA y la corrupción, «puertas giratorias», recortes…). Se ha difuminado la división entre la derecha y la izquierda socialdemócrata hasta identificarse en sus políticas económicas, al aceptar dócilmente las directrices dictadas desde la Troika y los Mercados, y ha sido sustituida por una nueva división de clases, entre los de arriba y los de abajo, y ahí, entre los de arriba, hay muchos y prestigiosos sedicentes socialistas que han identificado sus intereses con los de la oligarquía y que no han recibido el reproche de sus compañeros de partido que todavía los manejan unas veces como referentes y otras como teloneros en mítines electorales.
Por todo ello, hoy resulta históricamente oportuno un pacto de las clases antioligárquicas que reduzca las desigualdades económicas entre pobres y ricos, que acabe con la corrupción, que obligue a los del primer bloque a contribuir «patrióticamente» con sus beneficios a la recuperación económica del país, que termine de una vez con los privilegios de clase y que ponga la política económica al servicio de la ciudadanía.

Joaquín Copeiro

Mariano Morales

jueves, 18 de septiembre de 2014

COMENTARIOS LITERARIOS DE TEXTOS

Tantos años enseñando Lengua y Literatura en las aulas de mi tierra me llevaron a zambullirme una y otra vez, amigos y amigas, en los textos de ‘los imprescindibles’, por ver si descubría sus entresijos, sus recursos, sus singularidades, las características más personales de la prosa de cada cual.
 Apoyado en las propuestas metodológicas del maestro Lázaro Carreter, y de otros, aprendí a no conformarme con la primera lectura de un texto, sino a intentar ir más allá, a tratar de escudriñarlo línea a línea, palabra a palabra, hasta hacerme con los valores que lo habrían colocado en los primeros puestos de la historia de la literatura.
Con el tiempo, creé un blog para colgar en él mis cuentos, mis poemas, referencias a mis novelas, mis cosas. Pensé, además, que si pergeñaba unos cuantos comentarios literarios de algunos cuentos de Borges, Cortázar, Faulkner o Carver, lograría aumentar el número de visitas de mi blog y mi obra llegaría a más lectores. Y, en efecto, las visitas al blog se dispararon, las disparasteis. Es cierto que mi obra sigue siendo aún tan escasamente conocida como antes, pero mis comentarios han saltado las fronteras. ¡Algo es algo!
Ha sido esto lo que me ha animado a dotar de mayor compromiso a mi trabajo. Así, he contactado con Descrito Ediciones, que me ha propuesto sacar una revista digital, titulada COMENTARIOS LITERARIOS, de la que cada número contendrá el análisis de algún texto representativo de un escritor o escritora universalmente reconocido, como los citados antes. Y he aceptado la propuesta.
En adelante, pues, podréis encontrar mis comentarios de El Aleph o de Las ruinas circulares o de El Sur, de Borges, o el de Usted se tendió a tu lado, de Cortázar, o el de Wash, de Faulkner, o el de Catedral, de Carver, y otros que pondremos a vuestra disposición, en la siguiente dirección:
Desde ahí, será fácil descargarse en formato ebook cada uno de los trabajos; eso sí, por 0,99 €. Mi esfuerzo se verá así, en parte, recompensado y ya no tendré que preocuparme de la maquetación, del formato ni de colgar en el blog lo que escriba.
Como diría Cortázar, esto de ir ablandando el ladrillo cada día resulta cada vez más tortuoso ­–¿tortuoso?–­­­. Y uno necesita ciertos estímulos –¿estímulos?–. Saludos.

viernes, 16 de mayo de 2014

LA VOZ DE EL SHADAY

Mi amigo Federico de Arce, que acaba de publicar en Toledo un bello libro, La voz de El Shaday (Descrito Ediciones, http://descritoediciones.com/), confiesa ser un hombre religioso y no creyente. Y se apoya para explicarlo en las relaciones paronomásticas entre los términos ‘religión’, ‘releer’ y ‘religar’. Soy ‘religioso’, viene a decirnos mi amigo, porque ‘releo’ continuamente a los clásicos para empaparme de su sabiduría, y porque me siento ‘ligado’ o ‘religado’ a mis semejantes, aquí y ahora, para compartir con ellos los avatares de la existencia. Y soy ‘no creyente’, parece añadir, porque el creyente, en lugar de ‘religarse’ a los demás, se ‘desliga’ de ellos, en su afán por elevarse hacia un dios tan alejado, tan inaccesible, de tan inescrutables designios, y yo busco todo lo contrario.
Pues bien, es desde esa perspectiva del ‘relector religado’ a los demás desde donde Federico de Arce ha escrito La voz de El Shaday. No se trata de una novela, dice él, sino de una narración, un midrás, y «la narración no se explica, se cuenta simplemente», escribe. Y es verdad, esa es la sensación que uno tiene cuando se adentra en sus ciento cincuenta páginas, la de que estamos ante una hermosa narración, un cuento precioso de asunto bíblico, con personajes como Adán y Eva, Caín y Abel, Abraham y Sara, pero cuyo tema central es el sacrificio de Isaac; «el sacrificio», en realidad. Y frente al sacrificio, ya sea el de Isaac, el de Jesucristo o el de cada uno de nosotros mientras bregamos por estos mundos, mi amigo reivindica su rechazo al mismo y la alegría de vivir.
El objetivo de mi amigo Federico es «arrebatar» ese libro único y maravilloso que es la Biblia a toda esa caterva de sacerdotes que, desde el cristianismo, el islamismo o el judaísmo, llevan siglos intentando enturbiar las mentes humanas con visiones e interpretaciones insoportablemente inhumanas en ocasiones, dogmáticas y excluyentes casi siempre. Y, a fe mía, que lo consigue. Porque la Biblia, parece decirnos Federico, es patrimonio de la humanidad entera y nadie tiene el derecho exclusivo a apropiársela. Por eso él, pertrechado con la Ética de Spinoza, con su profundo sentido de la solidaridad, con la lealtad que mantiene hacia sus propias convicciones, con la franqueza sincera de los buenos amigos, con una erudición que se le desborda sin proponérselo, pero también con la humildad y sencillez del sabio, imparte una primera lección inolvidable a cuantos pretendemos acercarnos a la Biblia a pesar de los falsos sacerdotes, y también a estos, ¡ojo!, ¡para que aprendan a hablar «como Dios manda» de esa joya de la literatura universal!
Y lo hace, además, con una frescura inusitada, rara y encantadora, con un lenguaje elemental y desnudo, tal y como él se propone, de tal manera que, una vez que leemos La voz de El Shaday, lo que desearíamos es acceder al resto de los ocho mil folios que asegura haber escrito sobre temas bíblicos. ¡Madre mía! ¡Uno se imagina toda una vida de gozosa lectura, enhebrando nuestro presente con el pasado más remoto, relacionándonos con lo mejor de la historia humana, de su literatura, de sus creaciones, humanas o divinas, que éstas también son humanas, parece sugerirnos Federico, y todo ello sin intermediarios, a pelo, escuchando simplemente el leve y profundo fluir de su discurso, y uno desearía que la vida, esta vida, la única que tenemos, la que en verdad existe, no acabara nunca para poder seguir leyéndolo!
Les recomiendo, en fin, que lean ustedes La voz de El Shaday, de Federico de Arce, porque estoy convencido de que, felizmente, los atrapará. 

martes, 22 de abril de 2014

¡GLORIA A GABO!

Pero, Gabo, ¿tú también te largas de este mundo que hace aguas por la ética y la estética, para dejarnos un enorme agujero de orfandad, como en el último año lo han hecho Georges, Pete, Paco...? ¿O te has ido sólo en parte, sólo en eso tan mortal que llamamos ‘cuerpo’? Prefiero aferrarme a Jorge Manrique y pensar que únicamente te has ido así, en cuerpo; que tu espíritu, sin embargo, tu buena fama, continúa y continuará en cada uno de tus libros con nosotros y con quienes vengan detrás. Es verdad que muchas veces hay quien desaparece y es como si se le borrara de un plumazo, como si alguien hubiera dicho: ¡hala, ya no está, se acabó, ni rastros de que alguna vez pasara por aquí! Quizá suceda esto con toda esa caterva de mafiosos, corruptos, engreídos, vanidosos, arrogantes o frívolos que nos rodean. Pero los grandes, los humildemente grandes, los sencillamente imprescindibles, como tú, que os colasteis en cierta ocasión hasta los tuétanos de nuestra alma, no nos abandonaréis nunca.
Hoy, en tu memoria, querido Gabo, me quedo con dos de tus libros, esos en cuya compañía no me importaría pasar el resto de mi vida: Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera. Y también con una frase que, desde que la leí por primera vez, no ha dejado de iluminarme. La sueltas en tus conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza: «En realidad, el deber de un escritor, y el deber revolucionario, si se quiere, es el de escribir bien».
De Cien años de soledad me gustaría comentar su archiconocido arranque, su primera oración: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». En él siempre he creído ver todo un mundo, el de Gabo. Dos personajes, pero un protagonista: el coronel y su padre. La vida del coronel es dilatada, situada entre dos cotas temporales muy separadas entre sí: una en el futuro («muchos años después») y otra en el pasado («aquella tarde remota»). Y está marcada, desde niño, por la singularidad: ver el hielo, el hielo, algo tan conocido y usual para el resto de los mortales, se torna en la vida de Aureliano Buendía en un auténtico descubrimiento, que no olvidará nunca.
Desde luego, que el descubrimiento del hielo suponga todo un hito para alguien sugiere dos ideas: el tiempo en que sucede el acontecimiento es de una época tecnológicamente poco adelantada, o el espacio en que tiene lugar pertenece a una zona atrasada del planeta, o muy apartada.
Por otra parte, la frase nos proporciona un dato trascendental: el protagonista será militar y conseguirá el grado de «coronel», lo que supone una larga y meritoria vida; pero, al tiempo, acabará frente a un pelotón de fusilamiento, lo que nos lleva a pensar en luchas, guerras, victorias y derrotas, o sublevaciones o traiciones y ajusticiamientos; en cualquier caso, una vida muy agitada, probablemente llena de acción y aventuras, de heroicas vicisitudes, de arrojo.
En fin, que si todo esto, al menos, da de sí la primera frase de una novela de quinientos noventa folios, ¿qué no nos encontraremos a lo largo de sus páginas? Como acaso hubiera dicho Martín de Riquer, dichoso el lector que vaya a abordar su lectura por primera vez: será uno de los grandes hallazgos de su vida, inolvidable, como el descubrimiento del hielo para el coronel Aureliano Buendía.
De El amor en los tiempos del cólera, prefiero comentar el final, y, en esta ocasión, no lo siento por sus lectores futuros. Alguna vez le oí decir a su autor, o se lo leí, algo así como que una obra clásica es aquella de la que todo el mundo habla aunque no la haya leído. Y como considero que sus obras, y esta en concreto, ya son clásicas, me atrevo, pues, a comentar su final en la seguridad de que no voy a desvelar nada a quien se acerque con avidez a ella, porque seguro que ya lo conoce, como quien pretenda iniciarse en la lectura del Quijote sabe de sobra que termina con la muerte de Alonso Quijano. Así que vayamos, pues, al final de la novela; un final feliz, felicísimo, porque, tras largos años de desear unir sus vidas para siempre, sus dos protagonistas lo consiguen a bordo del Nueva Fidelidad, que navega eternamente río arriba y río abajo evitando los puertos con la bandera amarilla de la peste. Estas son las últimas líneas:
«El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
»—¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? —le preguntó.
»Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
»—Toda la vida —dijo».
Frente a la muerte que rodea al barco, pero que no ha subido a él, «los primeros destellos de una escarcha invernal» en las pestañas de Fermina, es decir, el decurso natural de las estaciones, como si nada, y el «amor impávido» de Florentino, también como si nada, provocan en el capitán, ser efímero y mortal al fin y al cabo, el vértigo de la eternitud: pero es la vida asentada en un amor tan «invencible» que hace saltar sus límites, ¡tanta vida!, y no la muerte, la que lo asusta, quizá porque una vida semejante no haya estado ni esté a su alcance. Sin embargo, capitán como es, debe contrarrestar su «miedo» con una pregunta desenfadada, cuya respuesta supone una brillante y lírica nota de humor wilderano.
El amor en los tiempos del cólera es, sin duda, una de las más bellas historias de amor jamás escrita, y Gabriel García Márquez, que confesó preferir este libro entre todos los suyos, el más genial de los narradores hispanoamericanos, cuya obra tenemos la satisfacción de conocer, y que pretendemos releer y releer en tanto continuemos navegando por el río de la vida, para preservarnos de la peste atufante que acecha en sus orillas.

¡Gloria a Gabo por los siglos de los siglos!

miércoles, 26 de febrero de 2014

POR PACO DE LUCÍA

«En este mundo podrío y sin ética sólo nos queda la estética», decía Ivá. Y en aquella larga noche en que nos sumergió Franco, y también en medio de esta podredumbre que corrompe el sistema que con tanta ilusión y esperanzas acogimos tras su dictadura, la música de Paco de Lucía, su hermosa alma gitana pulsando como nadie las seis cuerdas de su guitarra, con sus cautivadores trémolos, sus rasgueos conmovedores, su virtuosismo genial e insuperable, nos llevó a navegar gozosamente una y otra vez entre dos aguas, elevándonos desde el fango de la España más negra y casposa hasta las aguas cristalinas y transparentes de la mejor España, la de la grandeza ética y estética, la de García Lorca, la de Joaquín Rodrigo, la de Pablo Picasso, y por eso números uno del jazz, como John McLaughlin, Al di Meola o Chick Corea, buscaron y alcanzaron el privilegio de codearse con él.
¿Y cómo vamos a resignarnos ahora a no verlo más, sentado sencillamente en una silla, puede que de enea, en medio de un escenario, ya sea el del Carnegie Hall de Nueva York o el del Teatro Rojas de Toledo, las piernas cruzadas, la expresión austera, sus ojos cerrados y su mirada serena y hacia dentro, como si escarbara en lo más profundo de sí mismo para regalarnos el cuerpo y el alma con sus inolvidables rumbas, guajiras, tangos, sevillanas, alegrías, cómo no verlo ya...?
Siempre nos quedará su música, desde luego, siempre su música, y podremos escucharla hasta que nos muramos nosotros también. Pero hoy nos embarga una pena profunda y enorme, como la causada por el adiós irremediable y definitivo de alguien por nadie discutido, admirado por todos y a quien todos hemos querido por no haber dejado jamás de susurrarnos con envidiable franqueza las más bellas cosas, las más tiernas, las más dulces, las más conmovedoras, las más hondas, las más auténticas, y sin pedir nada a cambio. Y nos sentimos tan apenados, porque la Muerte, ¡maldita Muerte, y siempre maldita!, se lleva así, sin avisar siquiera, a los mejores, a los inimitables, a los imprescindibles, a Paco de Lucía. ¡Toda la gloria para él!



domingo, 9 de febrero de 2014

EN MEMORIA DE PETE SEEGER, FALLECIDO EL 27 DE ENERO DE 2014

Desde que oí por primera vez su versión del Jarama Valley, palabras como «internacionales» o «internacionalistas» enraizaron en lo más hondo de mi alma, y ahí permanecen acurrucadas desde entonces esperando siempre que la más leve evocación de la contribución épica de las «brigadas internacionales», en su lucha contra el fascismo y por la libertad en la Guerra de España, las reflote, pero, eso sí, acompañadas desde luego por el hermoso himno de la Brigada Lincoln en la entrañable versión del viejo Seeger. ¡Gloria a Pete Seeger y a cuantos continúan manteniendo encendida el ascua de nuestra memoria histórica!
Por eso, sin duda, homenajeé al viejo cantautor e incansable luchador Pete Seeger en mi última novela, Madre, mar, Marta… (pág. 212, Descrito Ediciones, 2013). Va por él: 
«…cuando les llegó el turno, ellos también lo hicieron, aunque el texto escrito por Pablo y asumido por Marta no tuviera tal carácter: “El espacio que conquistó mi hermana está en la sierra de Guadarrama”. Por la noche, Pablo encajó más de una vez, en sus interpretaciones jazzísticas del Walking Bass, variaciones personales sobre el Jarama Valley de Pete Seeger. Pero antes de la hora convenida…».