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martes, 25 de noviembre de 2014

LA CONVERGENCIA NECESARIA

En este momento histórico, resulta imprescindible la convergencia de los partidos y de las fuerzas sociales que pretenden arrebatar democráticamente el poder a quienes hasta ahora han gobernado a favor de la oligarquía financiera y empresarial.
Los millones de parados, de jóvenes emigrantes, de desahuciados de sus viviendas, de niños desnutridos, de estafados por las preferentes, de dependientes desamparados, de arruinados por la ambición desmedida de los depredadores, de jóvenes sin futuro, de humillados o de excluidos por el sistema, no se merecen que quienes aspiran a representarlos consientan que los neoliberales o socialdemócratas gobiernen de nuevo.
El objetivo de GANEMOS y de PODEMOS es precisamente impedirlo, ganar las elecciones del próximo mayo y llegar a los ayuntamientos, a las diputaciones y a los parlamentos regionales, y hacerlo con una mayoría suficiente que les permita legislar para acabar con la corrupción, reducir las desigualdades y profundizar en la democracia
Actualmente, los vientos de la historia parecen favorables por la recuperación de la vitalidad de las asociaciones y los movimientos ciudadanos; por la ilusión que genera en la ciudadanía la posibilidad de empoderamiento; por el debilitamiento de los partidos que configuran el bipartidismo, desprestigiados, cuando no carcomidos, por la corrupción, y por las crecientes expectativas de voto de las formaciones políticas emergentes.
Por todo ello, se ha de evitar, de una vez por todas, la división de las fuerzas progresistas que han de alimentar el amplio movimiento ciudadano que ponga en marcha todo el proceso de transformación; y superar los enfrentamientos por la salvaguardia de supuestas ortodoxias, o las disputas personales por pírricos liderazgos o por los primeros puestos en las candidaturas. No caigamos una vez más en el error secular de las fuerzas progresistas y de la izquierda real en nuestro país: la desunión.
Así pues, si hoy se perdiera esta oportunidad histórica de transformar nuestro país, quienes por acción u omisión no lo impidieran contraerían con la ciudadanía y con la historia una responsabilidad imperdonable. La ciudadanía española ha padecido en demasiadas ocasiones este mal: ver sus necesidades e intereses arrumbados y contemplar, al mismo tiempo, la satisfacción de los líderes políticos, sociales o sindicales, unas veces, por haber mantenido incólume la ortodoxia doctrinaria o partidaria, y, otras, por haber salido victoriosos en la «pelea de gallos», a costa de la explotación y el sojuzgamiento de la ciudadanía.
En consecuencia, creemos que es el momento de la flexibilidad, del entendimiento y, sobre todo, de la generosidad, y de pensar que es prioritario abordar con éxito la difícil situación de la gran mayoría de la población, para lo cual, repetimos, hay que ganar las elecciones del próximo año mediante la convergencia necesaria de las fuerzas progresistas, representadas hoy fundamentalmente en PODEMOS y en GANEMOS.


Joaquín Copeiro

Mariano Morales

jueves, 6 de noviembre de 2014

CAMBIAR LA MIRADA

Aunque es enorme y continua la ola de corrupción que nos invade desde hace unos años, y hallándonos al borde de la náusea por la intensa pestilencia de tanta basura, hemos estado a punto de quedar anestesiados por los gases que de ella emanaban. No parecía quedarnos otra reacción que la de los vómitos y exabruptos soltados en reuniones de amigos o de familiares, en tertulias ocasionales con conocidos, en charlas en la pescadería de turno o en la librería más frecuentada...
Todo lo anterior se ha visto agravado por la cínica cobertura que los dirigentes de los partidos afectados han proporcionado a sus compañeros corruptos, mientras legislaban en contra de la ciudadanía: reforma constitucional (art. 135), recortes sociales (educación, sanidad, dependencia), reformas laborales, recortes de libertades y derechos (ley mordaza o de seguridad ciudadana, ley del aborto), escandalosas privatizaciones de servicios básicos y estratégicos.
Sin embargo, cuando parecía que la ciudadanía soportaba, cabreada e indignada, eso sí, toda esa inmundicia, y que asistía a tan reprobable espectáculo como los comensales de El ángel exterminador, de Buñuel, quienes no se deciden a escapar del salón, cuyas puertas se les ofrecen abiertas, esa misma ciudadanía ha ido despertando de su letargo hasta recuperar poco a poco su vitalidad y su conciencia; con impulsos desordenados, es verdad, pero con una admirable, e imparable, acumulación de energía. Sus primeros movimientos brotaban inconexos, aunque crecientemente masivos (15M, PAH, mareas verdes, blancas, negras, naranjas o rojas, y otros diferentes como los levantamientos ciudadanos de Gamonal y Valencia…); pero luego esa energía se ha ido concentrando y hoy las diversas movilizaciones de indignados y afectados fluyen inevitablemente hacia la recuperación de la dignidad ciudadana. 
Esto sucede en un contexto histórico en que la derecha se encarga de negar la existencia de la lucha de clases, o de admitirla, como hacen algunos de sus más conspicuos representantes para sostener que la van ganando ellos, los ricos; y en que la socialdemocracia pretende erigirse en la única izquierda posible.
La gente afectada por las políticas neoliberales llevadas a cabo por los gobiernos socialdemócratas o conservadores de turno, en beneficio exclusivo de la oligarquía financiera y empresarial, son votantes de distintos partidos o incluso abstencionistas, y los auténticos protagonistas de toda esa acción democrática revitalizadora. La razón es bien sencilla: gritar «¡basta ya!» a las políticas injustas y al crecimiento galopante de la desigualdad. Según, por ejemplo, Oxfam Intermón, «en el último año las 20 personas más ricas de nuestro país incrementaron su fortuna en 15.450 millones de dólares, más de 1.760.000 dólares por hora, y poseen hoy tanto como el 30% más pobre de la población (casi 14 millones de personas). En la escala más alta, el 1% de los más ricos de España tienen tanto como el 70% de los ciudadanos y tan sólo 3 individuos acumulan una riqueza que duplica con creces la del 20% más pobre de la población. En su conjunto, las 20 mayores fortunas de España alcanzaron en marzo de este año una riqueza de 115.400 millones de dólares».
Así las cosas, surge PODEMOS, y sus portavoces prefieren no definirse como de derechas o de izquierdas, aunque en sus discursos no reniegan de la tradición marxista y sus referencias políticas (medidas nacionalizadoras y sociales en países como Ecuador, Bolivia, Venezuela...) e intelectuales (Noam Chomsky, Eduardo Galeano, Naomi Klein, Vicenç Navarro...) avalan esta idea. Ellos hablan de dos grandes bloques sociales: uno, el de la oligarquía y de las grandes fortunas, y otro, el del resto de la población (clases medias y bajas).
En el bloque de la oligarquía y las grandes fortunas, al que los políticos conservadores o socialdemócratas de «la casta» y de «las puertas giratorias» aspiran a pertenecer, y al que sirven, se adoptan las políticas de gestión neoliberal de la crisis, la de los recortes y el «austericidio», la del rescate de los bancos, la de las privatizaciones de los servicios públicos clave y de los sectores estratégicos, para ponerlos en manos de «los suyos». Es el bloque que acumula la mayor parte de la riqueza, según vemos en el informe de Oxfam Intermón, y que goza de importantes privilegios de clase: sus representantes políticos no dudan en cambiar la Constitución en unas horas si es preciso para proteger sus intereses económicos, o la Ley de la Justicia Universal para llevar sus negocios a China; y si algunos de los suyos delinquen, eluden en su mayoría la cárcel por prescripción de los delitos o a cambio de fianzas millonarias que sólo ellos pueden afrontar, mientras que sindicalistas miembros de piquetes informativos se enfrentan a varios años de prisión. Y todo porque, como dijo el Presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, la ley está «pensada para el ‘robagallinas’ y no para el gran defraudador».
Al segundo bloque pertenecemos el resto de la población, con independencia de la adscripción ideológica de cada cual, si es que la tuviere: autónomos o pequeños empresarios de derechas y de izquierdas, obreros de derechas y de izquierdas, profesores o sanitarios de derechas y de izquierdas, trabajadores del sector servicios de derechas y de izquierdas, agricultores de derechas y de izquierdas, parados de derechas o de izquierdas, jóvenes con estudios o sin estudios de derechas o de izquierdas.
Con todo esto, se entiende perfectamente que, en el presente momento histórico, una organización política, partido, coalición, frente ciudadano o lo que sea, que pretenda acabar con la corrupción, y gobernar para el cumplimiento efectivo de los derechos económicos, sociales y políticos recogidos en nuestra Constitución y en la Declaración Universal de Derechos Humanos, reforzando y desarrollando para ello los mecanismos democráticos, no cuente entre sus prioridades con la de definirse ideológicamente como de derechas o de izquierdas.
Esto hace PODEMOS y por ello les llueven las críticas desde la socialdemocracia, mientras los medios de la derecha les tachan de radicales marxista-leninistas.
Sin embargo, la historia nos enseña que existen momentos en que hay que dejar de mirar a derecha e izquierda, es decir, lateralmente, para hacerlo de abajo arriba, es decir, verticalmente. Porque, además, a esto nos anima la conciencia de clase que tanto han hecho por enturbiar los del primer bloque.
Uno de esos momentos históricos fue precisamente el del final del franquismo y el principio de la transición. Por el objetivo común de acabar con la dictadura e implantar un régimen democrático se unieron comunistas, socialdemócratas, demócratas cristianos, liberales, monárquicos y republicanos, unos más a la derecha del espectro ideológico y otros más a la izquierda. Y se consiguió el objetivo, más o menos. Hoy sucede algo similar, y es verdad que son muy pocos los objetivos, aunque notables los intereses, que pueden unirnos a la inmensa mayoría de la ciudadanía; pero nos unen.
Esto es así, porque hoy miembros de eso que PODEMOS ha dado en llamar «casta» pertenecen también, lamentablemente, a los sectores dirigentes de la socialdemocracia y ocupan, como los mandamases de la derecha, puestos importantes en los consejos de administración de las empresas oligárquicas nacionales y multinacionales. Y, lo que aún resulta más lamentable, algunos, aunque es verdad que escasos, de los implicados en los casos de corrupción más sonados pertenecen a los sindicatos de clase y a formaciones políticas de origen comunista.
Por eso, creemos que ha llegado la hora de buscar encontrarnos con los que hoy son nuestros iguales, con el objetivo de acabar con el estado de cosas actual. Y ello no implica que debamos renunciar a nuestra propia ideología; tampoco creemos que lo hacen los portavoces de PODEMOS, que siguen identificándose con la tradición marxista y con la izquierda anticapitalista. Pero hoy no es el momento de dividir a la mayoría de la ciudadanía entre izquierda y derecha. Hoy, en un tiempo nuevo y de renovación, estamos obligados a «cambiar la mirada» porque la división de la sociedad resulta más clara y contundente, y se halla marcada por la existencia de una oligarquía poderosa que desde arriba acumula riquezas y privilegios en perjuicio de los de abajo, es decir, del resto de la población. Y ahí está nuestro lugar ahora, como sucedió en la transición, aunque las cosas no salieran del todo bien: ahora abajo y luego a la izquierda, para conseguir una política que primero corrija las desigualdades de riqueza y de derechos y que luego las reduzca a la mínima expresión, hasta dar con una sociedad más justa e igualitaria.
Frente a esto, los dirigentes neoliberales y socialdemócratas, es decir, «la casta», desde las tribunas de sus medios afines, nos quieren mantener en un bipartidismo controlado por ellos y con el tufillo de aquel turno de partidos del XIX que manejaba «la casta» de los caciques, el «turnismo»; un bipartidismo que, como el americano o el alemán, ha servido, hasta el día de hoy, a la burguesía capitalista. Es verdad que la socialdemocracia y la lucha de los trabajadores impulsaron en Europa el «estado de bienestar»; pero esto sucedió al tiempo que conllevó un desarrollo desbocado de la economía de mercado y del consumismo y una acumulación gigantesca de capital por parte de la oligarquía. La crisis de estos años está poniendo las cosas en su sitio. Porque, cuando la oligarquía ve peligrar sus descomunales beneficios económicos, y frente a la aparición de nuevas fuerzas políticas que amenazan con arrebatar el poder a «la casta» para acabar con sus privilegios y repartir la riqueza que les sobra, los dirigentes neoliberales y socialdemócratas, es decir, su brazo político, no dudan en coaligarse, aún a costa de traicionar a sus bases (Alemania, Grecia y ya veremos qué sucederá en España), a fin de frenar el «tsunami» ciudadano que podría arrasarlos.
Ahora, asustados, la socialdemocracia hace lo imposible por mantenernos en el ámbito tradicional de izquierdas y derechas. Pero si, como dijo en cierta ocasión uno de sus más ilustres portavoces europeos, el francés Lionel Jospin, socialismo es lo que hacen los socialistas, habría que admitir que sus actuaciones más positivas y progresistas (universalización de las prestaciones sanitarias, escuela pública gratuita, leyes de profundización de derechos civiles) terminan por verse sepultadas bajo la losa de aquellas otras más negativas y regresivas (reconversión industrial, GAL, eso del «gato blanco o negro, pero que cace ratones», reformas laborales, FILESA y la corrupción, «puertas giratorias», recortes…). Se ha difuminado la división entre la derecha y la izquierda socialdemócrata hasta identificarse en sus políticas económicas, al aceptar dócilmente las directrices dictadas desde la Troika y los Mercados, y ha sido sustituida por una nueva división de clases, entre los de arriba y los de abajo, y ahí, entre los de arriba, hay muchos y prestigiosos sedicentes socialistas que han identificado sus intereses con los de la oligarquía y que no han recibido el reproche de sus compañeros de partido que todavía los manejan unas veces como referentes y otras como teloneros en mítines electorales.
Por todo ello, hoy resulta históricamente oportuno un pacto de las clases antioligárquicas que reduzca las desigualdades económicas entre pobres y ricos, que acabe con la corrupción, que obligue a los del primer bloque a contribuir «patrióticamente» con sus beneficios a la recuperación económica del país, que termine de una vez con los privilegios de clase y que ponga la política económica al servicio de la ciudadanía.

Joaquín Copeiro

Mariano Morales