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martes, 14 de julio de 2020


Introducción sinfónica (1)

















La Odisea en el Ulises
(evocación personal de los pasajes del Ulises, de Joyce,
inspirados directamente en la obra homérica)















El 10 de noviembre de 1922 James Joyce escribe a su tía Josephine lo siguiente: «Dices que hay muchas cosas en él que no entiendes. Te dije que leyeras primero la Odisea».

  
Germán García, «Introducción»,   en James Joyce, Ulises, Pluma y Papel Ediciones


Ahora estoy escribiendo el episodio de «Los lestrigones», que corresponde a la aventura de Ulises con los caníbales. Mi héroe va a almorzar. Pero hay un motivo de seducción en la Odisea, la hija del rey de los caníbales. La seducción aparece en mi libro bajo forma de unas enaguas femeninas de seda expuestas en un escaparate. Las palabras mediante las cuales expreso su efecto en mi hambriento héroe son: «Perfume de abrazos todo él asaltó. Con deshambrienta carne oscuramente, mudamente anheló adorar».

 Citado por David Hayman, Guía del Ulises, Fundamentos















INTRODUCCIÓN SINFÓNICA



La danza de los aspersores, el canto del agua que se expande, el color de la hierba, esa fragancia que da ganas de vivir, el sol aún leve entre las ramas, el frescor de las sombras; el ir y venir de los jardineros por las veredas, de un arriate a otro, cortando la hierba, retirando las hojas secas, regulando el abanico del agua; árboles, setos, flores, fuentes: sin duda, el mejor momento de un día que amenaza con un castigo térmico inmisericorde.
Sin parque no hay ciudad habitable en verano, la vida se agosta, los enfermos se agravan y los ancianos se mueren. En el parque, un veterano acuarelista, sombrero y camisa ancha de manga corta, ha buscado un rincón en que recrear formas y colores. Bajo una fronda de tupidas ramas, el gozo de la hora pervive más tiempo. El acuarelista traza las estampas que el parque y la hora le ofrecen: dos hombres maduros practican footing por los caminos de tierra prensada; un anciano sentado en un banco de forja lee en el periódico del día anterior las últimas predicciones meteorológicas antes de ponerse con el crucigrama; en otro banco, el perfil atractivo de una joven de hombros tostados y tersos y de pelo castaño y largo no manipula un móvil de última generación, no, sino que lee un libro; una señora pasea a su perro y otras tres caminan deprisa para ejercitar sus articulaciones y tratar de modelar sus formas, también para vivir más y mejor.
Acabo de desayunar al otro lado del parque. A primera hora me han extraído varios tubitos de sangre para una revisión rutinaria en el hospital cercano. En premio por haberme portado bien, me he regalado un desayuno antidietético, ¡o dietéticamente equilibrado, como diría Grande Covián, quién sabe! Mojando los churros en el café he vuelto a pensar en Marcella, que lleva un par de años en Dublín y a la que sólo veré en Navidades. Su correo de esta noche es muy interesante. Todos los suyos lo son siempre. No me manda ninguno que no contenga algo: la última película, la próxima obra de teatro, la música de los cafés, el libro recién descubierto, el ambiente de las calles y de las plazas, los paseos con Rodrigo junto al Liffey. Anoche me hablaba del último Bloomsday y de las charlas subsiguientes sobre el Ulises, no es, sí es, no hay, sí hay.
A la entrada del parque, releo mentalmente su correo, repaso sus pormenores y me siento impulsado a adoptar una decisión: releeré el Ulises, releeré la Odisea, indagaré las conexiones entre ambas obras. ¡Ambas obras!: ¿novelas, epopeyas, en prosa, en verso? Evitemos el debate académico y simplifiquemos: novelas y punto, ¿qué más dan el verso o la prosa? Indagaré las conexiones entra las dos novelas. Eso concluyo, y paseo por el parque porque es un placer al que no quiero ni puedo renunciar. Paseo. Entretanto, pienso y proyecto: rescataré de mi biblioteca los libros que voy a utilizar.
En primer lugar, la vieja traducción del Ulises, de James Joyce, efectuada por José Mª Valverde y publicada por Lumen en 1976. Yo tengo en casa una edición de bolsillo en dos tomos, de Bruguera-Lumen, 1979 (citada, en adelante, con el número de tomo, I o II, y el de página o páginas). El papel es muy barato y la encuadernación, infame. No hay cuadernillos cosidos y la cola se ha esfumado. Si se hojean los volúmenes, saltan las hojas. Pero bueno, incluso desencuadernadas, recogen el riguroso trabajo de un sabio. Cuando yo finalice el que ahora abordo, pienso encolarla, o sea, que acabaré de despegar la cubierta, colocaré bien las hojas y luego untaré de cola el lomo para que todo quede bien pegado y el libro, que, en realidad, son dos, pueda lucir recuperado en los estantes de mi estudio. ¡La traducción de Valverde! Es verdad que esta no es la primera traducción del Ulises al castellano, porque en 1945 vio la luz en Buenos Aires, de la mano de Rueda, la del escritor argentino José Salas Subirat, reeditada luego por Planeta en 1996, en edición preparada por Eduardo Chamorro; pero yo no dispongo, por el momento, de ningún ejemplar de la misma, y confieso mi pereza para gestionar la consecución de uno.
Volviendo a la traducción del poeta y ensayista de origen extremeño, su estudio introductorio resulta imprescindible por la cantidad de luz que arroja sobre el texto de Joyce. Y la inclusión al final de su trabajo de los dos esquemas de interpretación del Ulises, conocidos como «esquema Linati» y «esquema Gilbert-Gorman»[1], herramientas básicas ambos para mi trabajo, se me antoja una contribución impagable del añorado catedrático de Estética, cuya memoria me sigue estremeciendo: cuando, mediados los sesenta, Franco expulsó de la Universidad, entre otros, a José Luis López Aranguren, catedrático de Ética, José Mª Valverde lo tuvo claro: «Nulla aesthetica sine ethica, ergo: Apaga y vámonos». Así lo cuenta Tirso Bañeza Domínguez en su «No hay estética sin ética» o la biografía intelectual de José María Valverde Pacheco, publicado por Ediciones Universidad de Salamanca en 2009. Y, en efecto, allá que abandonó su cátedra barcelonesa el profesor de Estética para largase honrosamente al exilio.
En segundo lugar, la nueva traducción que del Ulises hicieron Francisco García Tortosa y Mª Luisa Venegas Lagüéns, y que fue publicada en un tomo por Cátedra en 1999, en edición preparada por García Tortosa y revisada y corregida en 2004. Mi ejemplar pertenece a la 7ª edición, la de 2009 (citada, en adelante, por el número de capítulo y los números de las líneas que acotan los fragmentos tenidos en cuenta tanto en esta introducción como en la propuesta de antología del Ulises referenciada bajo los títulos de los episodios que componen el trabajo posterior, donde, además, se incluirán las letras GT). ¡Imponente el esfuerzo de los traductores, sus enormes aciertos interpretativos, como los concernientes al episodio 14 de la novela! ¡Genial y lúcido el estudio del catedrático de Filología Inglesa y profesor emérito de la Universidad de Sevilla García Tortosa! Además, el tocho de mil cien páginas está bien encuadernado, aunque los materiales sean pobres, como corresponde a una edición popular: cuadernillos cosidos y encolados. De tener nietos, que ni por asomo, estaría seguro de que heredarían el ejemplar en buen estado; no me atrevería a decir lo mismo con relación a mi ejemplar de la edición de Bruguera-Lumen.
¡Cuánto me hubiera gustado conocer en persona a José Mª Valverde! ¡Cómo me encantaría estrechar las manos de Francisco García Tortosa y de Mª Luisa Venegas Lagüéns! Pero la vida es así, el tiempo huye y los espacios resultan a veces demasiado dilatados. Percibes tales deseos con cierta vehemencia, y resulta que uno se murió en 1996 y los otros andan puede que a quinientos kilómetros de distancia y separados de uno por miles de barreras sociales.
En tercer lugar, la «versión directa y literal del griego» de la Odisea de Homero llevada a cabo en 1910 por el catedrático de Lengua y Literatura griegas de la Universidad de Barcelona Luis Segalá y Estalella, y que ha sido editada desde entonces un montón de veces. Mi ejemplar fue publicado en 1982 por Orbis-Origen para una colección por entregas. Seguirla en los ochenta, la colección, digo, requería un cierto desembolso semanal, pero asequible, dado eso, su periodicidad semanal, aunque a la larga uno se gastaba un pastón; pero permitía hacerse con una pequeña biblioteca de literatura universal, aunque a cambio de tragarse algunas obras de las que ya se disponía. Con todo, los fascículos que acompañaban a los libros constituían una Historia Universal de la Literatura, que no está nada mal, por cierto; y ¿cómo dejarla con huecos, esta etapa no porque los libros que dan ya los tengo, y esta sí, esta no, esta sí, como una margarita, pero agujerada de ausencias? En fin, que aquí dispongo ahora entre mis manos de la traducción clásica de Luis Segalá y Estalella, y me alegro, porque, en ella, expresiones como la de «Odiseo, fecundo en ardides» no tienen precio. «Versión directa y literal del griego», ya digo. ¡Muy bien!: ¡Odiseo, fecundo en ardides!; ¡Calipso, la ninfa veneranda!; ¡Atenea, deidad de ojos de lechuza!; ¡Zeus, que amontona las nubes!; ¡Poseidón, que sacude la tierra...! ¡Genial!
En cuarto lugar, la traducción de la Odisea realizada por José Luis Calvo, catedrático de Filología Griega de la Universidad de Granada, y publicada por Cátedra en 1987, 17.ª edición en 2006. ¡Bingo, es la de mi ejemplar! Es sencilla, clara, próxima. Con su versión, Calvo seduce al lector y lo convence de que tiene delante de sus narices aventura en estado puro, mezcla, ¡qué sé yo!, de las del Robinson Crusoe de Defoe, el Gulliver de Jonathan Swift, los diversos viajeros de Julio Verne, el Corsario Negro de Salgari o el Don Quijote de Cervantes: ¡la Odisea, de Homero, una gran novela de aventuras lista para ser leída también en el Metro, o en el tren, o en la playa!, ¿y por qué no?
Estas son mis fuentes. Además, un día me crucé en una feria de libros viejos con la Guía del Ulises, de David Hayman, y la compré. Fundamentos la había publicado en 1979, traducida por Gonzalo Díaz Migoyo. Aquí la tengo, delante de mí, sobre la mesa. Y picoteo en sus páginas para ver qué tal se abordan en ellas las relaciones entre el Ulises y la Odisea, que es lo que en el presente me seduce. ¡Pero que no, que no, que la dejo, que prefiero estrujar mi propio caletre partiendo de mis fuentes, incluidos los suculentos comentarios de Valverde y de García Tortosa, eso sí! Conste que, si yo dejo de lado la Guía de Hayman, no por ello la descalifico; todo lo contrario, que me parece un buen trabajo, y muy recomendable, y, de hecho, me he quedado con alguna de las ideas que el autor maneja; y por eso la cito.
Parto, claro está, de los citados esquemas de Linati y Gilbert-Gorman, y me empeño en entender y en corroborar la veracidad de sus contenidos. Debo advertir, no obstante, que me limito a servirme de las columnas que en dichos esquemas se dedican a «personas» (esquema de Linati) y a «correspondencias» (esquema de Gilbert-Gorman). Y nada más. Y también deseo señalar que he desechado la tentación de hacerme, por el momento, con un ejemplar del El «Ulises» de James Joyce, de Stuart Gilbert, publicado por Siglo xxi en 1971, porque prefiero llegar a mis propias conclusiones; aunque una idea, una, aparte como es obvio de las correspondencias sugeridas en los esquemas, la tomé prestada de los fragmentos digitalizados que de la obra de Gilbert la editorial, o quienquiera que sea, ha colgado en internet. Y digo algo más. No dispongo de este El «Ulises» de James Joyce, pero, ahora, al cabo de un presente que se ha dilatado varios meses, cuando mi trabajo está afortunadamente terminando, me comprometo a adquirir un ejemplar de la edición de Siglo xxi en mi librería favorita, en la que, estoy al cien por cien convencido de ello, darán con alguno aunque hayan transcurrido casi cincuenta años desde que la obra se editara y aunque tengan que remover el mundo entero; y a propósito, el María Moliner propone esta definición de ‘taiga’: «zona de bosque, principalmente de coníferas, en el norte de Rusia, Siberia y otras zonas muy frías del hemisferio norte, entre la tundra y la estepa». O sea, un bello paraíso vegetal.
¡Venga entonces!: a leer, a subrayar, a devorar, a anotar, a releer, a releer, arriba, abajo, adelante, atrás, Ulises, Odisea, Odisea, Ulises, Valverde, Tortosa, Calvo, Segalá, Tortosa, Venegas, Calvo, Segalá, Valverde, esto así aquí, ¿y allí?, ¡coñazo de búsqueda, es lo peor!

 Continuará



[1] Según José Mª Valverde, el «esquema Linati» lo confeccionó el propio Joyce en 1920 para ayudar a su amigo Carlo Linati a entender su obra. El esquema fue conocido por otros amigos, entre ellos, Stuart Gilbert y Herbert Gorman, quienes lo complementaron; pero el nuevo «esquema Gilbert-Gorman» sólo se haría público en 1960.

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