Introducción sinfónica (5)
He aquí, en consecuencia, el
verdadero problema para conocer con exactitud, a partir de las traducciones, el
texto del maestro irlandés: ¡verterlo fiel y literalmente al castellano es
imposible! Y no tenemos más alternativas que, una, acudir a Valverde y echar
mano de García Tortosa y Venegas Lagüéns, e incluso fisgando al mismo tiempo
por las páginas de la traducción digitalizada de Salas Subirat, o, la otra,
aprender inglés hasta controlar las posibilidades lúdicas de su fonética, sus
variantes irlandesas, sus peculiaridades dublinesas, sus argots, y sus
manifestaciones medievales, renacentistas o barrocas. Personalmente, prefiero
habérmelas con Valverde, García Tortosa y Venegas Lagüéns, o con Salas Subirat,
porque, además, ya no me quedan años de vida para otra cosa, ni aun resistiendo
como lo hicieran Pepín Bello, Francisco Ayala o Santiago Carrillo, ni tampoco
me siento con redaños suficientes como para morir en el intento.
Así que, desde aquí, doy las gracias a estos maestros traductores que me
permiten abordar el trabajo que ahora, a poco de finalizar este presente
continuo de que disfruto, he logrado por fin rematar, tras un verano vil y
traicionero, que nos ha vapuleado, a mí y a mucha más gente, con sus rigores en
lo más crudo de nuestras heridas, existenciales o físicas. Y agradezco de
verdad a los jardineros de mi parque que consiguen hacer del mismo un pequeño
islote edénico, cuyo aire, refrescado por el sonido del agua y purificado por
el olor de la hierba, recogido cada mañana en impacientes bocanadas por mis
pulmones deseosos de vivir junto al mar, me ayuda a afrontar las torturas del
termómetro en este secarral en que han dado mis huesos.
Y, ¡cómo no!, dedico mil besos a mi hija Marcella, que, desde tan lejos,
y con ese parecido tan asombroso que tiene con su bella madre, a quien, como
decía mi abuela, «Dios la haiga perdonao»,
me ha enseñado que, en esto de la informática, hay que abrir bien los ojos; solo
que los míos son un tanto pitirrosos, que ya me lo advertía la golfa de
su madre, y no dan más de sí porque los años han menguado mi elasticidad.
POSDATA:
Finalmente, y por fortuna, he conseguido una edición impresa de la traducción de
José Salas Subirat. Se trata de la publicada en Buenos Aires, en 2009, por
Pluma y Papel Ediciones, con introducción de Germán García y biografía de Joyce
a cargo de Jacques Mercanton. Pero he preferido no tocar ya la «Introducción
sinfónica».
Sin embargo, a estas alturas de
la vida, mi ejemplar de Bruguera-Lumen continúa sin ser rehabilitado: ¡el
maestro Valverde me perdone!
¡Ah! Y en mi librería favorita
se hicieron, ¡cómo no!, con un ejemplar para mí de El «Ulises» de James
Joyce, de Stuart Gilbert, con prólogo de Juan Benet y traducción de Manuel
de la Escalera, publicado en Bilbao, en 1971, por Siglo xxi de España Editores.
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