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viernes, 10 de julio de 2020


Introducción sinfónica (5)

He aquí, en consecuencia, el verdadero problema para conocer con exactitud, a partir de las traducciones, el texto del maestro irlandés: ¡verterlo fiel y literalmente al castellano es imposible! Y no tenemos más alternativas que, una, acudir a Valverde y echar mano de García Tortosa y Venegas Lagüéns, e incluso fisgando al mismo tiempo por las páginas de la traducción digitalizada de Salas Subirat, o, la otra, aprender inglés hasta controlar las posibilidades lúdicas de su fonética, sus variantes irlandesas, sus peculiaridades dublinesas, sus argots, y sus manifestaciones medievales, renacentistas o barrocas. Personalmente, prefiero habérmelas con Valverde, García Tortosa y Venegas Lagüéns, o con Salas Subirat, porque, además, ya no me quedan años de vida para otra cosa, ni aun resistiendo como lo hicieran Pepín Bello, Francisco Ayala o Santiago Carrillo, ni tampoco me siento con redaños suficientes como para morir en el intento.
Así que, desde aquí, doy las gracias a estos maestros traductores que me permiten abordar el trabajo que ahora, a poco de finalizar este presente continuo de que disfruto, he logrado por fin rematar, tras un verano vil y traicionero, que nos ha vapuleado, a mí y a mucha más gente, con sus rigores en lo más crudo de nuestras heridas, existenciales o físicas. Y agradezco de verdad a los jardineros de mi parque que consiguen hacer del mismo un pequeño islote edénico, cuyo aire, refrescado por el sonido del agua y purificado por el olor de la hierba, recogido cada mañana en impacientes bocanadas por mis pulmones deseosos de vivir junto al mar, me ayuda a afrontar las torturas del termómetro en este secarral en que han dado mis huesos.
Y, ¡cómo no!, dedico mil besos a mi hija Marcella, que, desde tan lejos, y con ese parecido tan asombroso que tiene con su bella madre, a quien, como decía mi abuela, «Dios la haiga perdonao», me ha enseñado que, en esto de la informática, hay que abrir bien los ojos; solo que los míos son un tanto pitirrosos, que ya me lo advertía la golfa de su madre, y no dan más de sí porque los años han menguado mi elasticidad.


POSDATA:
Finalmente, y por fortuna, he conseguido una edición impresa de la traducción de José Salas Subirat. Se trata de la publicada en Buenos Aires, en 2009, por Pluma y Papel Ediciones, con introducción de Germán García y biografía de Joyce a cargo de Jacques Mercanton. Pero he preferido no tocar ya la «Introducción sinfónica».
Sin embargo, a estas alturas de la vida, mi ejemplar de Bruguera-Lumen continúa sin ser rehabilitado: ¡el maestro Valverde me perdone!
¡Ah! Y en mi librería favorita se hicieron, ¡cómo no!, con un ejemplar para mí de El «Ulises» de James Joyce, de Stuart Gilbert, con prólogo de Juan Benet y traducción de Manuel de la Escalera, publicado en Bilbao, en 1971, por Siglo xxi de España Editores.



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