La Odisea en el Ulises
(13)
Episodio 15: Circe
(GT: 1-11, 1582-1634, 3335-3404,
3835-3845, 3991-4001, 4037-4108, 4915-4933, 5503-5532)
El divino Ulises y sus compañeros, de
hermosas grebas, arribaron a la isla de Circe, la hechicera de lindas trenzas.
Ulises,
desde una atalaya, divisó el palacio de la diosa y envió a algunos de sus
hombres a recabar información.
La
mismísima diosa los invitó a entrar en su morada; sólo uno de ellos se quedó
fuera, porque se temió la trampa.
La
diosa les ofreció asientos cómodos y un potaje a base de queso, harina, miel y
vino, y al que añadió drogas para que se olvidaran de su patria.
La
diosa hechicera, luego que tomaron el potaje, los tocó con su varita y los
encerró en las pocilgas convertidos en cerdos, donde lloraron desconsolados su
negra suerte, alimentados únicamente de lo que comen los cerdos.
El
que se había quedado fuera regresó junto a la nave y relató a Ulises lo
ocurrido.
Ulises,
fecundo en ardides, decidió acudir solo al rescate de los suyos.
Hermes,
el mensajero, se le apareció y le dio un antídoto contra los venenos de Circe,
la conocedora de muchas drogas, y consejos para abordarla: que cuando le diera
a probar su pócima y pretendiera convertirlo en cerdo, la atacara con la
espada.
Hermes,
el de la vara de oro, le anunció que ella, amedrentada, le ofrecería su lecho:
¡no debía rechazarla, para obligarla a jurar que no maquinará nada contra él!
Un
último consejo le dio el vigilante Argifonte: que, si la diosa lo invitaba a
comer y a beber, le exigiera, antes de que él aceptara sus manjares, la
liberación de sus compañeros.
Y en
efecto, todo salió según lo profetizado por el benéfico Hermes.
Son las doce y veinticinco, la hora
fetén, según el profeta Elías, hora de la madrugada, pues, del viernes
diecisiete de junio, y a esa hora te hallas en el barrio de las putas buscando
a Stephen Dedalus, porque quieres protegerlo, Leopold Bloom, como harás tras la
brutal agresión que sufre por parte de un soldado, y en ese barrio de gente de
mal vivir y de monstruos, tus idas y venidas, tus ensueños, tus alucinaciones,
tus recuerdos, la miserable realidad del lugar y de su gente, todo bulle en tu
cabeza como un tiovivo, o como imágenes de rompecabezas reflejadas en espejos
cóncavos y convexos y mezcladas en un torbellino de animales, objetos,
fenómenos, ideas, que cobran vida, quizá por algo venenoso que has comido, o
que se expresan y hablan incluso, como lo hacen una pastilla de jabón, un
sabueso que se torna cadáver resucitado del último amigo fallecido, unos besos,
unas campanadas, una mano muerta, unas ladillas, un arbusto de acebo, el pulpo
bicéfalo del Fin del Mundo, el chorro del gas, los tejos de un cuadro y su
ninfa, los días de alción, un ternero, una pianola, las horas, unos perros, un
caballo, mezcladas las imágenes, pues, en un torbellino endiablado, el cual
enreda sus bucles con otro no menos diabólico alimentado por toda suerte de
personas que se animalizan, como los compañeros de Ulises bajo el hechizo de
Circe y los efectos de sus drogas y venenos se trocaron en cerdos, que ves el
cerdo por todos lados, Bloom, una manita, una pezuña, una pata, un riñón, que
se animalizan, sí, hasta convertirse en las garras de buitre de tu difunto
padre con los surcos cubiertos de veneno amarillo, en gallo con barbas, en
pájaro, zorro o proboscidio, en comadreja con pico de loro, hombros en ala,
ojos salientes, cola, napias de lobo, zarpas, lengua de escorpión, gritos de
babuino y plumaje, en macho con pencas zanquivanas y pies de gorrión, en hembra
con pezuña y coño ladrador de cerda, en conejo, o que se cosifican para dar en
gorra, en bienaventuranza o en abanico, y tú, Bloom, no te libras, como sí lo
consiguió Ulises, de las metamorfosis, a veces sin salirte de la especie
humana, como cuando te sientes escritor-periodista, o personaje de pequeños
ojos de topo y ademanes orientales, o trabajador con mono de pana, corbata y
gorra, o, tras referirte a la hierba venenosa o tabaco que trajeron del nuevo
mundo, que, sin embargo, ahora te niegas a probar, te sientes alcalde de Dublín
en cuyo honor habrá de levantarse la nueva Bloomusalén, edificio de cuarenta
mil habitaciones con forma de riñón de cerdo, de nuevo el cerdo, Bloom, o
escolar, y como cuando desgraciadamente te crees mujer con vulva y un parto
múltiple, reo de muerte y objeto de mil acusaciones y ajusticiado, humillado
sirviente del amante de tu esposa, pero también te sientes cerdo, hozando a los
pies de la bella o bello Cohen, jefa de las putas, verdadera Circe de la calle,
o balando y guañendo panza arriba como un cochinillo, o con un paño de cocina
atado a la cola, cerdo tú de la puta Circe.
¡Lástima
que la ninfa del cuadro que colgaste encima de la cama no te haya hablado
antes, como Hermes hizo con Ulises, porque entonces te hubiera proporcionado
las armas para enfrentarte a la Bella, tal y como, sin embargo, sucede en tu
alucinación!
Antes,
joven Stephen, o al tiempo, te has ido de putas y de borrachera, escupiendo una
vieja su ponzoña a tu paso, y te imaginas a tu madre como un fantasma con la
cara verde, carcomida y sin nariz, que pide insistentemente tu arrepentimiento,
y acaso andas ahora embrujado por las putas con las que bailas hasta marearte,
hasta que un cangrejo verde con ojos rojos y malignos te hiere el corazón, te
torna viejo, y las putas funden sus cabezas en las de una abuelita legañosa, la
vieja Irlanda, con los muertos de Dublín resucitando luego, pero así mismo te
ves cardenal, y haces gala continuamente de tu cultura, hasta que un soldado,
que se cree provocado por la petulancia intelectual de tu borrachera por
absintio, y estimulado por la presencia mágica del rey de Gran Bretaña e
Irlanda Eduardo Séptimo, a pesar de que la abuelita legañosa te ofrece una daga
para que lo mates, te atiza un buen sopapo en el rostro, el soldado, aunque
enseguida Bloom, recordando a su hijito muerto, decida socorrerte y llevarte a
su casa.
Episodio 16: Eumeo
(GT: 1-14, 191-199, 286-327, 422-449, 543-555,
596-629, 640-658, 2056-2069, 2137-2144, 2192-2198)
Después de que los feacios lo
devolvieran a Ítaca, rodeada por el mar, dormido y cargado de ricos regalos,
que, por indicación de Atenea, se apresuraría a esconder en una cueva, Ulises,
camuflado por obra y gracia de la diosa bajo la apariencia de un mendigo viejo
y andrajoso, se encaminó a la cabaña de su porquerizo Eumeo, quien había
edificado una espaciosa cuadra para los cerdos de su amo, que era él.
Sin
ser reconocido por su porquero, fue, sin embargo, bien acogido por el mismo.
A
preguntas de Ulises, el porquero se mostró pesimista frente al regreso de su
amo, pero Ulises le anunció su pronta vuelta a casa y su venganza sobre los
pretendientes que acosaban a su esposa y a su hijo.
A
preguntas, en cambio, del porquero, el ingenioso Ulises le dio noticias de su
identidad, de sus orígenes y de su vida, pero mintiéndole para que no lo
reconociera.
Le
contó que era de Creta, hijo ilegítimo de un hombre rico casado con una mujer
rica.
Le
contó que, animado por los dioses, había participado en muchos combates
dirigiendo las naves de los suyos y ganando cuantiosos botines, luchando
también contra los troyanos durante nueve años.
Le
contó que, al décimo, su espíritu combativo lo impulsó a participar con sus
naves en una expedición a Egipto.
Le
contó que sus hombres, atacados por los egipcios como respuesta a los desmanes
cometidos por algunos de ellos, sufrieron muchas bajas; pero que él se rindió
al rey del país, quien, sin embargo, lo perdonó y lo acogió en su reino, donde
permaneció siete años.
Le
contó que, al octavo año, se marchó a Fenicia con un embaucador fenicio, que
acabó enviándolo a Libia con intención de venderlo; pero que una tempestad
hundió la nave y él naufragó hasta la tierra de los tesprotos, donde supo de
Ulises y de las riquezas por él conseguidas, el cual le anunció su regreso a
Ítaca, la patria tierra.
Le
contó que el rey de los tesprotos lo envió a otra tierra más rica; pero que sus
acompañantes lo engañaron, lo despojaron de todo y lo cubrieron con aquellos
miserables andrajos, y que, sin embargo, cerca de Ítaca, logró escapar y
presentarse ante su cabaña.
Mas
el porquero no se creyó cuanto de bueno le había dicho el forastero acerca de
Ulises y de su vuelta.
El
porquero, no obstante, lo acogió con cordialidad.
¿Y
qué ocurrió después?
¡Ah,
después, después apareció el joven Telémaco, semejante a un dios!
El
joven Telémaco, semejante a un dios, acabó reconociendo a su padre.
El
joven Telémaco, semejante a un dios, sin desvelarle aún a Eumeo lo descubierto,
le pidió a este que condujera al forastero a la ciudad para que pudiera vivir
mendigando.
Y el porquerizo
Eumeo así lo hizo, de manera que...
De
manera que, ya en la ciudad, Ulises y él se encontraron con el cabrero
Melantio, que los trató con gran desprecio, y que, traidor a la memoria de su
rey, colaboraba abiertamente con los pretendientes.
Por eso, pasada la medianoche, visitáis
ambos, Leopold Bloom, Stephen Dedalus, el albergue del cochero, especie de
cabaña de porquero, regentada por el presunto asesino Pellejocabra, que en tan
poco, pues, se parece moralmente al solícito porquero de Ulises, para beber
algo.
En la
calle, te aborda el inofensivo Lord Corley, para pedirte dinero, Stephen, para
en el fondo insultarte, Bloom, puede que sin pretenderlo como sí lo hiciera en
cambio Melantio con Ulises, para insultarte cuando le sugiere a Stephen que
conoces a Boylan, nada menos que al actual amante de Molly, tu peor adversario.
Dentro
del albergue, los caleseros, estibadores y etcéteras allí presentes primero os
miran, pero enseguida se desentienden de vosotros; excepto un marinero de barba
roja y pelo canoso, que acaba pegando contigo y contigo la hebra, para contaros
de dónde procede y que lleva siete años navegando sin ver a su esposa en todo
ese tiempo, como un Ulises, Bloom, como el aventurero que tú eres y al que le
gustaría viajar por el mar hasta Londres, pero que únicamente lo ha hecho por
agua dulce y a distancias no muy largas, como un Ulises, «cruzando el mundo
tras el rastro de una esposa», y viviendo múltiples aventuras, perseguido por
piratas o enfrentado a temibles icebergs, ejerciendo de corsario, y conociendo
a gente muy diversa y situaciones insólitas, tal que un cocodrilo mordiendo la
uña de un ancla o los devoradores de carne humana del Perú, o las mujeres
indígenas de Bolivia que mascan coca y se cortan los pechos si no pueden tener
más hijos, o el chino que hace brotar cosas variadas de pastillas sumergidas en
agua, o asesinatos singulares, y por todos los rincones del globo, por China,
América, el Mar Rojo: ¡mentiras, mentiras, mentiras!
Sí,
una sarta de mentiras, pero nada nobles como sí lo fueron por el contrario las
que Ulises contó a su porquero para que no lo reconociera, sino más bien
mentiras de fanfarrón, de farolero.
Mas
siendo cerca de la una de la madrugada del viernes, tú, Bloom-Ulises, propones
largaros a ti, Stephen-Telémaco, a tu casa, Bloom, para que descanséis,
Stephen, aunque temes, Bloom, que Molly no tolere tu presencia, Stephen, que tu
Penélope os expulse de su casa, Bloom y Stephen.
Continuará...
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