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jueves, 2 de julio de 2020


La Odisea en el Ulises (13)



Episodio 15: Circe
(GT: 1-11, 1582-1634, 3335-3404, 3835-3845, 3991-4001, 4037-4108, 4915-4933, 5503-5532)



El divino Ulises y sus compañeros, de hermosas grebas, arribaron a la isla de Circe, la hechicera de lindas trenzas.
Ulises, desde una atalaya, divisó el palacio de la diosa y envió a algunos de sus hombres a recabar información.
La mismísima diosa los invitó a entrar en su morada; sólo uno de ellos se quedó fuera, porque se temió la trampa.
La diosa les ofreció asientos cómodos y un potaje a base de queso, harina, miel y vino, y al que añadió drogas para que se olvidaran de su patria.
La diosa hechicera, luego que tomaron el potaje, los tocó con su varita y los encerró en las pocilgas convertidos en cerdos, donde lloraron desconsolados su negra suerte, alimentados únicamente de lo que comen los cerdos.
El que se había quedado fuera regresó junto a la nave y relató a Ulises lo ocurrido.
Ulises, fecundo en ardides, decidió acudir solo al rescate de los suyos.
Hermes, el mensajero, se le apareció y le dio un antídoto contra los venenos de Circe, la conocedora de muchas drogas, y consejos para abordarla: que cuando le diera a probar su pócima y pretendiera convertirlo en cerdo, la atacara con la espada.
Hermes, el de la vara de oro, le anunció que ella, amedrentada, le ofrecería su lecho: ¡no debía rechazarla, para obligarla a jurar que no maquinará nada contra él!
Un último consejo le dio el vigilante Argifonte: que, si la diosa lo invitaba a comer y a beber, le exigiera, antes de que él aceptara sus manjares, la liberación de sus compañeros.
Y en efecto, todo salió según lo profetizado por el benéfico Hermes.



Son las doce y veinticinco, la hora fetén, según el profeta Elías, hora de la madrugada, pues, del viernes diecisiete de junio, y a esa hora te hallas en el barrio de las putas buscando a Stephen Dedalus, porque quieres protegerlo, Leopold Bloom, como harás tras la brutal agresión que sufre por parte de un soldado, y en ese barrio de gente de mal vivir y de monstruos, tus idas y venidas, tus ensueños, tus alucinaciones, tus recuerdos, la miserable realidad del lugar y de su gente, todo bulle en tu cabeza como un tiovivo, o como imágenes de rompecabezas reflejadas en espejos cóncavos y convexos y mezcladas en un torbellino de animales, objetos, fenómenos, ideas, que cobran vida, quizá por algo venenoso que has comido, o que se expresan y hablan incluso, como lo hacen una pastilla de jabón, un sabueso que se torna cadáver resucitado del último amigo fallecido, unos besos, unas campanadas, una mano muerta, unas ladillas, un arbusto de acebo, el pulpo bicéfalo del Fin del Mundo, el chorro del gas, los tejos de un cuadro y su ninfa, los días de alción, un ternero, una pianola, las horas, unos perros, un caballo, mezcladas las imágenes, pues, en un torbellino endiablado, el cual enreda sus bucles con otro no menos diabólico alimentado por toda suerte de personas que se animalizan, como los compañeros de Ulises bajo el hechizo de Circe y los efectos de sus drogas y venenos se trocaron en cerdos, que ves el cerdo por todos lados, Bloom, una manita, una pezuña, una pata, un riñón, que se animalizan, sí, hasta convertirse en las garras de buitre de tu difunto padre con los surcos cubiertos de veneno amarillo, en gallo con barbas, en pájaro, zorro o proboscidio, en comadreja con pico de loro, hombros en ala, ojos salientes, cola, napias de lobo, zarpas, lengua de escorpión, gritos de babuino y plumaje, en macho con pencas zanquivanas y pies de gorrión, en hembra con pezuña y coño ladrador de cerda, en conejo, o que se cosifican para dar en gorra, en bienaventuranza o en abanico, y tú, Bloom, no te libras, como sí lo consiguió Ulises, de las metamorfosis, a veces sin salirte de la especie humana, como cuando te sientes escritor-periodista, o personaje de pequeños ojos de topo y ademanes orientales, o trabajador con mono de pana, corbata y gorra, o, tras referirte a la hierba venenosa o tabaco que trajeron del nuevo mundo, que, sin embargo, ahora te niegas a probar, te sientes alcalde de Dublín en cuyo honor habrá de levantarse la nueva Bloomusalén, edificio de cuarenta mil habitaciones con forma de riñón de cerdo, de nuevo el cerdo, Bloom, o escolar, y como cuando desgraciadamente te crees mujer con vulva y un parto múltiple, reo de muerte y objeto de mil acusaciones y ajusticiado, humillado sirviente del amante de tu esposa, pero también te sientes cerdo, hozando a los pies de la bella o bello Cohen, jefa de las putas, verdadera Circe de la calle, o balando y guañendo panza arriba como un cochinillo, o con un paño de cocina atado a la cola, cerdo tú de la puta Circe.
¡Lástima que la ninfa del cuadro que colgaste encima de la cama no te haya hablado antes, como Hermes hizo con Ulises, porque entonces te hubiera proporcionado las armas para enfrentarte a la Bella, tal y como, sin embargo, sucede en tu alucinación!
Antes, joven Stephen, o al tiempo, te has ido de putas y de borrachera, escupiendo una vieja su ponzoña a tu paso, y te imaginas a tu madre como un fantasma con la cara verde, carcomida y sin nariz, que pide insistentemente tu arrepentimiento, y acaso andas ahora embrujado por las putas con las que bailas hasta marearte, hasta que un cangrejo verde con ojos rojos y malignos te hiere el corazón, te torna viejo, y las putas funden sus cabezas en las de una abuelita legañosa, la vieja Irlanda, con los muertos de Dublín resucitando luego, pero así mismo te ves cardenal, y haces gala continuamente de tu cultura, hasta que un soldado, que se cree provocado por la petulancia intelectual de tu borrachera por absintio, y estimulado por la presencia mágica del rey de Gran Bretaña e Irlanda Eduardo Séptimo, a pesar de que la abuelita legañosa te ofrece una daga para que lo mates, te atiza un buen sopapo en el rostro, el soldado, aunque enseguida Bloom, recordando a su hijito muerto, decida socorrerte y llevarte a su casa.





Episodio 16: Eumeo
(GT: 1-14, 191-199, 286-327, 422-449, 543-555, 596-629, 640-658, 2056-2069, 2137-2144, 2192-2198)



Después de que los feacios lo devolvieran a Ítaca, rodeada por el mar, dormido y cargado de ricos regalos, que, por indicación de Atenea, se apresuraría a esconder en una cueva, Ulises, camuflado por obra y gracia de la diosa bajo la apariencia de un mendigo viejo y andrajoso, se encaminó a la cabaña de su porquerizo Eumeo, quien había edificado una espaciosa cuadra para los cerdos de su amo, que era él.
Sin ser reconocido por su porquero, fue, sin embargo, bien acogido por el mismo.
A preguntas de Ulises, el porquero se mostró pesimista frente al regreso de su amo, pero Ulises le anunció su pronta vuelta a casa y su venganza sobre los pretendientes que acosaban a su esposa y a su hijo.
A preguntas, en cambio, del porquero, el ingenioso Ulises le dio noticias de su identidad, de sus orígenes y de su vida, pero mintiéndole para que no lo reconociera.
Le contó que era de Creta, hijo ilegítimo de un hombre rico casado con una mujer rica.
Le contó que, animado por los dioses, había participado en muchos combates dirigiendo las naves de los suyos y ganando cuantiosos botines, luchando también contra los troyanos durante nueve años.
Le contó que, al décimo, su espíritu combativo lo impulsó a participar con sus naves en una expedición a Egipto.
Le contó que sus hombres, atacados por los egipcios como respuesta a los desmanes cometidos por algunos de ellos, sufrieron muchas bajas; pero que él se rindió al rey del país, quien, sin embargo, lo perdonó y lo acogió en su reino, donde permaneció siete años.
Le contó que, al octavo año, se marchó a Fenicia con un embaucador fenicio, que acabó enviándolo a Libia con intención de venderlo; pero que una tempestad hundió la nave y él naufragó hasta la tierra de los tesprotos, donde supo de Ulises y de las riquezas por él conseguidas, el cual le anunció su regreso a Ítaca, la patria tierra.
Le contó que el rey de los tesprotos lo envió a otra tierra más rica; pero que sus acompañantes lo engañaron, lo despojaron de todo y lo cubrieron con aquellos miserables andrajos, y que, sin embargo, cerca de Ítaca, logró escapar y presentarse ante su cabaña.
Mas el porquero no se creyó cuanto de bueno le había dicho el forastero acerca de Ulises y de su vuelta.
El porquero, no obstante, lo acogió con cordialidad.
¿Y qué ocurrió después?
¡Ah, después, después apareció el joven Telémaco, semejante a un dios!
El joven Telémaco, semejante a un dios, acabó reconociendo a su padre.
El joven Telémaco, semejante a un dios, sin desvelarle aún a Eumeo lo descubierto, le pidió a este que condujera al forastero a la ciudad para que pudiera vivir mendigando.
Y el porquerizo Eumeo así lo hizo, de manera que...
De manera que, ya en la ciudad, Ulises y él se encontraron con el cabrero Melantio, que los trató con gran desprecio, y que, traidor a la memoria de su rey, colaboraba abiertamente con los pretendientes.



Por eso, pasada la medianoche, visitáis ambos, Leopold Bloom, Stephen Dedalus, el albergue del cochero, especie de cabaña de porquero, regentada por el presunto asesino Pellejocabra, que en tan poco, pues, se parece moralmente al solícito porquero de Ulises, para beber algo.
En la calle, te aborda el inofensivo Lord Corley, para pedirte dinero, Stephen, para en el fondo insultarte, Bloom, puede que sin pretenderlo como sí lo hiciera en cambio Melantio con Ulises, para insultarte cuando le sugiere a Stephen que conoces a Boylan, nada menos que al actual amante de Molly, tu peor adversario.
Dentro del albergue, los caleseros, estibadores y etcéteras allí presentes primero os miran, pero enseguida se desentienden de vosotros; excepto un marinero de barba roja y pelo canoso, que acaba pegando contigo y contigo la hebra, para contaros de dónde procede y que lleva siete años navegando sin ver a su esposa en todo ese tiempo, como un Ulises, Bloom, como el aventurero que tú eres y al que le gustaría viajar por el mar hasta Londres, pero que únicamente lo ha hecho por agua dulce y a distancias no muy largas, como un Ulises, «cruzando el mundo tras el rastro de una esposa», y viviendo múltiples aventuras, perseguido por piratas o enfrentado a temibles icebergs, ejerciendo de corsario, y conociendo a gente muy diversa y situaciones insólitas, tal que un cocodrilo mordiendo la uña de un ancla o los devoradores de carne humana del Perú, o las mujeres indígenas de Bolivia que mascan coca y se cortan los pechos si no pueden tener más hijos, o el chino que hace brotar cosas variadas de pastillas sumergidas en agua, o asesinatos singulares, y por todos los rincones del globo, por China, América, el Mar Rojo: ¡mentiras, mentiras, mentiras!
Sí, una sarta de mentiras, pero nada nobles como sí lo fueron por el contrario las que Ulises contó a su porquero para que no lo reconociera, sino más bien mentiras de fanfarrón, de farolero.
Mas siendo cerca de la una de la madrugada del viernes, tú, Bloom-Ulises, propones largaros a ti, Stephen-Telémaco, a tu casa, Bloom, para que descanséis, Stephen, aunque temes, Bloom, que Molly no tolere tu presencia, Stephen, que tu Penélope os expulse de su casa, Bloom y Stephen.

Continuará...

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